Un cuento de la vida real
Kiki llegó no solamente a jugar conmigo, sino a tocarme las puertas del corazón en un día de primavera. Nunca antes yo había visto a este animal en el jardín. Pocos días, después de preguntar a una vecina si conocía a la gatita, me contó que era la gata de los von Vanderbilt*. Ellos la habían encontrado -cuando aún era bien pequeñita- el invierno pasado a las afueras de la ciudad tirada en la calle y casi moribunda. Después de subirla a su auto llevaron a esa gatita al médico y la salvaron así de una fuerte pulmonía.
En el momento que el clima mejoró Kiki empezó a descubrir su jardín y el de los vecinos. Le gustaba no sólo cazar ratones, sino dejarse acariciar por los vecinos. Cada vez que Kiki me veía en el jardín, llegaba a mi lado y se echaba a mis pies. Le gustaba que la engriera y jugara con ella.
En el momento que el clima mejoró Kiki empezó a descubrir su jardín y el de los vecinos. Le gustaba no sólo cazar ratones, sino dejarse acariciar por los vecinos. Cada vez que Kiki me veía en el jardín, llegaba a mi lado y se echaba a mis pies. Le gustaba que la engriera y jugara con ella.
Hace un momento atrás mi hijo mayor me llamó por teléfono para avisarme que mientras él se dirigía en bicicleta a su gimnasio vió en la pista muerta a una gata igual a Kiki. Después que mi hijo colgó el teléfono, yo salí a comprobar si se trataba del mismo animal. Sí, era Kiki. Su cuerpo estaba aún caliente. Alguien la había colocado cerca a la vereda para que ningún otro auto la pisara más.
Y mientras yo estaba allí arrodillada al lado de esta gatita, varios automovilistas pararon. Yo les pedí que siguieran... Una señora bajó de su auto para regalarme una bolsa. Si bien le agradecí el gesto, le dije que no era necesario. Un señor bajó para preguntarme en qué me podía ayudar. Le pedí que se quedara al lado de Kiki mientras iba en busca de sus dueños.
Al tocar el timbre de mis vecinos solamente la sra. von Vanderbilt se encontraba en casa. Ella me abrió la puerta sonriendo. Al pedirle a ella que saliera conmigo a la calle y al ver mi rostro, supo que algo no estaba bien... No sólo la ayudé a recoger a Kiki, sino a secar sus lágrimas.
Y mientras escribo estas líneas, recuerdo no sólo los momentos compartidos, con este simpático y cariñoso animalito, sino que tengo la necesidad de compartir contigo esta pena para soportarla mejor. ¡Adiós, querida Kiki!
* nombre cambiado
Y mientras yo estaba allí arrodillada al lado de esta gatita, varios automovilistas pararon. Yo les pedí que siguieran... Una señora bajó de su auto para regalarme una bolsa. Si bien le agradecí el gesto, le dije que no era necesario. Un señor bajó para preguntarme en qué me podía ayudar. Le pedí que se quedara al lado de Kiki mientras iba en busca de sus dueños.
Al tocar el timbre de mis vecinos solamente la sra. von Vanderbilt se encontraba en casa. Ella me abrió la puerta sonriendo. Al pedirle a ella que saliera conmigo a la calle y al ver mi rostro, supo que algo no estaba bien... No sólo la ayudé a recoger a Kiki, sino a secar sus lágrimas.
Y mientras escribo estas líneas, recuerdo no sólo los momentos compartidos, con este simpático y cariñoso animalito, sino que tengo la necesidad de compartir contigo esta pena para soportarla mejor. ¡Adiós, querida Kiki!
* nombre cambiado
Marisol
Si quieres ver una entrada mía
dedicada a Kiki -del 23 de abril- puedes verla en:
3 comentarios:
Tierna y triste historia la que nos dejas hoy, Me gustan mucho los felinos.
Saludos cordiales,
Aída
É de facto uma história com um fim triste.
À manhã será um novo dia.
Cumprimentos.
Los animales llegan a tocarnos por dentro. No hace falta ser humano para emocionarnos, para alegrarnos, para acompañarnos. No soy mascotera pero comprendo y valoro todo lo que un animal puede dar y significar.
Lamento tu tristeza...
Un abrazo.
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