miércoles, 10 de julio de 2024

A la luz de las farolas


Ana María, tal vez, nunca logre llegar donde tenía la intención de ir, pero, algún día, habrá terminado donde tenía que estar. Pues sí, ¡quién sabe!, allí donde su vida nunca estuvo ajena a la magia... esa magia que cual puente la ayudó a cruzar para ir del mundo visible hacia el invisible mientras ella veía sorprendida como la felicidad, viajando de incógnito y flotando en el aire, había llegado  a tocar la puerta de su corazón más de una vez, sobre todo, cuando ya no se lo esperaba. Quizá por ser lo inesperado lo que acontece entre la realidad y lo trascendente. Y es que el que no cree en la magia nunca la encontrará y menos en las estrellas y en los libros...

Es así como a la luz de las farolas es de poca importancia lo que pensamos, lo que sabemos, lo que sentimos, lo que imaginamos o lo que creemos. Sólo es importante lo que hacemos, sobre todo, si nuestras acciones están vestidas de buena voluntad por llevar dentro nuestro la magia del corazón... allí donde la vida ni te araña el alma ni tampoco ésta se viste de rituales, símbolos y técnicas para influir en nuestra realidad de manera inexplicable o sobrenatural. 

Pues bien, si bien la magia se considera una ilusión o una forma de pensamiento mágico que no se ajusta a las normas de evidencia y racionalidad por ser abordada desde un enfoque crítico y hasta escéptico, Ana María piensa que si bien tanto la magia como la religión comparten una dimensión simbólica, su camino se bifurca en su orientación hacia la divinidad... allí donde, finalmente, todas las leyes humanas se alimentan de la ley divina. 

Y es que haciendo el bien, querido lector, tu corazón y el mío irradian esa luz divina que les envuelve vistiéndolos de magia. ¿Y sabes por qué? Pues, porque la divinidad está en ti y en mí. Es así como Ana María, a la luz de las farolas de su vecindario, entabla un diálogo abierto con Dios. No le pide una carga apta para sus hombros, sino le pide unos hombros aptos para soportar su mochilla llena de preocupaciones. Y no sólo las suyas propias, sino las preocupaciones que sacuden al mundo desde hace ya tiempo... ese tiempo donde es preciso considerar el pasado con respeto y el presente con una buena dosis de desconfianza, sobre todo, si se pretende asegurar nuestro porvenir como humanidad. 

Y ¿sabes por qué, querido lector? Porque ya han sido muchos que quisieron traer luz al mundo (manifestando paz, amor, felicidad y sentido de unidad con el universo) y terminaron colgados de una farola, con excepción de uno que no sólo fue colgado, sino también crucificado en una cruz. Y es que la luz de Cristo es la energía divina, el poder o influencia que procede de Dios y que ejerce una influencia para bien en la vida de las personas y las prepara para recibir el Espíritu Santo. Es su luz divina la que nos ilumina tanto espiritualmente que podemos prescindir de estar bajo la luz de las farolas.

MARiSOL