miércoles, 26 de junio de 2024

Pescando estrellas

 

Si todos nos pusiéramos a pescar estrellas, sobre todo, aquellas que llamamos estrellas fugaces, el Universo se terminaría quedando vacío de ellas y así nosotros nos quedaríamos sin poder pedir más deseos. Sin embargo, el Universo me llamó a la reflexión y me exhortó a que limite mis deseos porque no puedo pretender que las cosas ocurran como yo quiero. Es así como el Universo me dijo que debo aceptar el hecho que es mejor desear que nuestros deseos se produzcan tal como se deben producir para poder vivir sin grandes expectativas. Quizás aquí radica la clave para ser feliz. Es más, Él me explicó que la vida, la mía o la tuya, querido lector, no está hecha de deseos pero sí de los actos de cada uno. Y me recalcó que a mi alma (como a la tuya también) se le mide por la amplitud de sus deseos de la misma manera que uno juzga de antemano un rascacielos por la cantidad de sus pisos.

Después de escuchar al Universo, le pregunté que qué pasa cuando uno se acostumbra a no conseguir nunca lo que uno más desea. El Universo, después de soltar una carcajada, me respondió diciendo que, al final, uno acaba por no saber incluso lo que quiere. Yo, la verdad, que no sé si quería reirme igual que Él porque no hay cosa más bonita que vivir sus deseos, agotarlos en vida ya que es el destino de toda existencia como la mía o la tuya, querido lector. El Universo, si bien me entendió, me hizo saber que no sólo me dedique a desear algo en voz alta, sino que me esfuerce por alcanzarlo porque si no me quiero sentir frustrada o triste, debo aprender a sólo desear todo aquello que dependa de mí y no de otros.

Mientras me encontraba conversando con el Universo, una estrella fugaz hizo un alto en su camino y me dijo que los deseos se tienen pero no se piden porque lo que se pide es el objeto del deseo. ¡Es verdad! Y como yo no hablaba, la estrella fugaz me dijo que los deseos de tu vida, querido lector, o de la mía terminan formando una cadena, cuyos eslabones son las esperanzas y es que éstas nos recuerdan que lo esperado no sucede, sino, más bien, es lo inesperado lo que acontece y hay que saberlo aceptar. Es más, la estrella fugaz me hace ver que las esperanzas son un empréstito que se le hace a la felicidad... esa felicidad que cuando viaja de incógnito, sólo después que ha pasado a nuestro lado, realmente sabemos de ella. Después de escucharla y antes que ella se despidiera de mí, tomé conciencia que no sé si quiera seguir pescando estrellas esta noche cuando me ponga a la ventana de madrugada, sobre todo, cuando busco estrellas fugaces entre las estrellas porque tengo una lista de antiguos deseos que me gustaría que se cumplan.

El Universo (vasto símbolo de Dios), después de despedirse también de la estrella fugaz, me dijo a modo de consuelo que tanto tú, querido lector, como yo somos pedazos de él, del universo, hecho vida. Y es que tanto en tu corazón, querido lector, como en el mío no sólo brilla la estrella de nuestro destino, sino que existe, al menos, un rincón del universo que con toda seguridad podemos mejorar, y somos nosotros mismos. Quizá debamos no sólo aprender a no temer todas las cosas como mortales y todas las que deseamos como inmortales, sino también debemos aprender a no sólo pedir deseos porque es como soñar y soñar en teoría es vivir, finalmente, un poco, mientras que vivir soñando es no existir. ¿Y sabes por qué, querido lector? Porque a nadie cuesta más vivir que a aquel que mucho desea. Es cierto, pero yo (no sé si tú también)  tengo un solo deseo. El Universo sabe cuál es. 

Espero que esta noche se deje ver una estrella fugaz para poderla pescar con mis manos y acunarla no sólo dentro mi corazón, sino en el tuyo también, querido lector. ¿Y sabes por qué? porque si bien la razón (o inteligencia) puede advertirnos sobre lo que conviene evitar, sólo el corazón nos dice lo que es, realmente, preciso hacer sin necesidad de estar pescando estrellas.

MARiSOL


El Color del Futuro

¿De qué color está vestido el futuro? se pregunta Ana María. Sinceramente pienso que ella no trata de describirlo, sólo de prevenirlo aunque ella me haya pedido, querido lector, que te pregunte: ¿Qué puede haber imprevisto para el que nada ha previsto? La verdad que no sé qué contestar porque pienso que cuando se está en medio de las adversidades, ya es tarde para ser cauto.

Ana María suspira porque, por el momento, el color del futuro no luce ni esperanzador ni alegre ni irreverente. Tal vez porque el futuro está oculto detrás de todos nosotros que lo hacemos. Pareciera como si éste se encontrara en una dimensión diferente y jugara a las escondidas con todos nosotros. 

La verdad es que yo pienso diferente. Ana María al mirarme molesta, yo le digo (como el destino que soy) que mientras yo baraje las cartas, tanto ella como tú, querido lector, serán los que jugarán.  Y les advierto que deben jugar limpio para no culpar a otros de sus errores. Pero al decir esto último, Ana María me dice muy molesta que no siente el menor deseo de jugar en un mundo en el que todos hacen trampa. Tengo que admitir que ella tiene razón porque en asuntos internacionales, la paz es un período de trampas entre dos luchas.

¡Ay! El futuro no realizado es como una rama seca que queda atrapada sólo en el pasado... en ese pasado del cual ya deberíamos haber aprendido a valorar mejor la vida porque quien no la valora, no la merece, pues, la mayor parte de los hombres no hacen otra cosa que existir.  Esta vez, si bien Ana María me da la razón, ella con un buena dosis de optimismo sabe que las ramas de todo árbol, pasado el invierno o la época de oscuridad en la que se encuentra la humanidad, reverdecerán y florecerán.

No quiero afligir a Ana María más de la cuenta. Mientras ella me mira en silencio, sus ojos me preguntan si acaso no será cierto que el futuro pertenece a quienes crean  en la belleza de sus sueños. ¿O será que el futuro es tan sólo una página en blanco?, ¿o será, quizás, una fe de erratas?

- ¡No sé qué es mejor! - grita Ana María bastante afligida aunque trate de que su voluntad y esperanza sean optimistas porque, lamentablemente, su conocimiento es pesimista. Y es que un pesimista es un optimista con experiencia porque como dice un dicho bastante conocido por todos: "Más sabe el diablo por viejo que por diablo".

Mientras trato de calmarla le hago saber que, más bien, no piense demasiado en el futuro porque éste llega muy pronto. Sin embargo, Ana María sabe perfectamente que al reconocer las señales o indicios de lo que ha de suceder, ella hará lo posible de vestir su futuro, hasta su último suspiro, con el mejor color de todos, con el color del amor porque éste es el verdadero color que la humanidad necesita para vivir sin enfrentamientos, sin contratiempos y sin conflictos bélicos. Y es que vivir en armonía con los demás nos da la paz interior que necesitamos para ser realmente felices. Y aunque esto suene a utopía, Ana María quiere pensar que no es demasiado tarde para construir una, del color que tú desees, querido lector, que nos permita, en un futuro cercano, compartir la tierra entre todos como ésta realmente se merece.

 MARISOL