Si todos nos pusiéramos a pescar estrellas, sobre todo, aquellas que llamamos estrellas fugaces, el Universo se terminaría quedando vacío de ellas y así nosotros nos quedaríamos sin poder pedir más deseos. Sin embargo, el Universo me llamó a la reflexión y me exhortó a que limite mis deseos porque no puedo pretender que las cosas ocurran como yo quiero. Es así como el Universo me dijo que debo aceptar el hecho que es mejor desear que nuestros deseos se produzcan tal como se deben producir para poder vivir sin grandes expectativas. Quizás aquí radica la clave para ser feliz. Es más, Él me explicó que la vida, la mía o la tuya, querido lector, no está hecha de deseos pero sí de los actos de cada uno. Y me recalcó que a mi alma (como a la tuya también) se le mide por la amplitud de sus deseos de la misma manera que uno juzga de antemano un rascacielos por la cantidad de sus pisos.
Después de escuchar al Universo, le pregunté que qué pasa cuando uno se acostumbra a no conseguir nunca lo que uno más desea. El Universo, después de soltar una carcajada, me respondió diciendo que, al final, uno acaba por no saber incluso lo que quiere. Yo, la verdad, que no sé si quería reirme igual que Él porque no hay cosa más bonita que vivir sus deseos, agotarlos en vida ya que es el destino de toda existencia como la mía o la tuya, querido lector. El Universo, si bien me entendió, me hizo saber que no sólo me dedique a desear algo en voz alta, sino que me esfuerce por alcanzarlo porque si no me quiero sentir frustrada o triste, debo aprender a sólo desear todo aquello que dependa de mí y no de otros.
Mientras me encontraba conversando con el Universo, una estrella fugaz hizo un alto en su camino y me dijo que los deseos se tienen pero no se piden porque lo que se pide es el objeto del deseo. ¡Es verdad! Y como yo no hablaba, la estrella fugaz me dijo que los deseos de tu vida, querido lector, o de la mía terminan formando una cadena, cuyos eslabones son las esperanzas y es que éstas nos recuerdan que lo esperado no sucede, sino, más bien, es lo inesperado lo que acontece y hay que saberlo aceptar. Es más, la estrella fugaz me hace ver que las esperanzas son un empréstito que se le hace a la felicidad... esa felicidad que cuando viaja de incógnito, sólo después que ha pasado a nuestro lado, realmente sabemos de ella. Después de escucharla y antes que ella se despidiera de mí, tomé conciencia que no sé si quiera seguir pescando estrellas esta noche cuando me ponga a la ventana de madrugada, sobre todo, cuando busco estrellas fugaces entre las estrellas porque tengo una lista de antiguos deseos que me gustaría que se cumplan.
El Universo (vasto símbolo de Dios), después de despedirse también de la estrella fugaz, me dijo a modo de consuelo que tanto tú, querido lector, como yo somos pedazos de él, del universo, hecho vida. Y es que tanto en tu corazón, querido lector, como en el mío no sólo brilla la estrella de nuestro destino, sino que existe, al menos, un rincón del universo que con toda seguridad podemos mejorar, y somos nosotros mismos. Quizá debamos no sólo aprender a no temer todas las cosas como mortales y todas las que deseamos como inmortales, sino también debemos aprender a no sólo pedir deseos porque es como soñar y soñar en teoría es vivir, finalmente, un poco, mientras que vivir soñando es no existir. ¿Y sabes por qué, querido lector? Porque a nadie cuesta más vivir que a aquel que mucho desea. Es cierto, pero yo (no sé si tú también) tengo un solo deseo. El Universo sabe cuál es.
Espero que esta noche se deje ver una estrella fugaz para poderla pescar con mis manos y acunarla no sólo dentro mi corazón, sino en el tuyo también, querido lector. ¿Y sabes por qué? porque si bien la razón (o inteligencia) puede advertirnos sobre lo que conviene evitar, sólo el corazón nos dice lo que es, realmente, preciso hacer sin necesidad de estar pescando estrellas.
MARiSOL
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