domingo, 30 de junio de 2024

Cicatrices


"¿En qué cielo se quedó mi alma suspendida como una nube?"- se pregunta Inés mientras se imagina ser un pajarillo que despliega sus alas para hacer volar su imaginación... esa imaginación que de la nada saca un mundo, sobre todo, uno que no se encuentra tallado de cicatrices. Y, sin embargo, ella sabe muy bien que las cicatrices (no sólo físicas, sino del alma) son esas heridas que no se ven a simple vista pero que se sienten, por momentos, con la intensidad  de una gran tempestad. 

Pues sí, las cicatrices del alma de Inés  son las que dirigen sus manos sobre el teclado de su computadora. Ella escribe no para olvidar, sino para perdonar porque las cicatrices no sólo nos enseñan a sobreponernos al dolor, sino que con el pasar del tiempo las heridas, tarde o temprano, curan. Unas veces, de manera repentina, inesperada o no buscada, otras, con ayuda profesional. Si bien dos veces buscó a una psicóloga, Inés se dió cuenta que ella era más fuerte de lo que nunca se hubiera imaginado.

Inés no es que luche contra corriente. Todo lo contrario. Ella fluye con la vida. Lo intenta tercamente. Es como si se dejara atraer por el poder de seducción que ésta tiene sobre ella. Si bien sus cicatrices son como esos recuerdos que se aferran a su piel, ella piensa también que las cicatrices son como esas marcas que van cartografiando todas nuestras experiencias vividas, sobre todo las malas, y que ayudan a nuestra memoria a obtener una enseñanza de todas ellas. Tal vez, las cicatrices del alma existen para recordarnos que somos más fuertes que nuestras propias heridas. Acaso, ¿no es cierto que cuando las cicatrices sanan, la piel de la cicatriz es más fuerte que la piel anterior? Pienso que las cicatrices nos recuerdan no sólo una mala experiencia pasada, sino que éstas nos piden superarla y a no albergar resentimiento alguno en nuestra alma para evitar así sentir el dolor de todo eso nuevamente. Más de una vez, ella ha pensado que si no hubiese ocurrido todo lo que le sucedió, nunca hubiera sabido de lo que era capaz, sobre todo, de su capacidad de resiliencia.  

Más de una vez, Inés pudo adaptarse a la adversidad, pudo superar traumas, problemas de salud, problemas familiares y hasta financieros manteniendo una actitud de tolerancia, flexibilidad, perseverancia y confianza  así sus avances hayan sido lentos, pero relativamente seguros. Pues bien, si bien las cicatrices (físicas) son batallas que el cuerpo expresa que ha sido herido sea por un raspón, una quemadura, una cortadura o tras una cirugía, están las cicatrices del alma que son producto de las heridas del rechazo, abandono, humillación, engaño, abuso, bullying, de la traición, injusticia o decepción. Este tipo de heridas nos recuerdan que hay que tratarlas porque duelen. Sin embargo, cuando una herida cerró, sólo queda una cicatriz que nos dice que está curada y que algo pasó en alguna ocasión.

Inés sabe que todos llevamos una mochila de experiencias y vivencias que, por mucho que intentemos obviarla, está ahí. Si bien las cicatrices le recuerdan lo vivido aunque, a veces, intentemos de tener una amnesia selectiva por el dolor que nos causan, ella ha aprendido a librar sus batallas. Por suerte, hasta ahora no la han derrotado porque necesita estar fuerte para poder librar otras batallas futuras o estar en la capacidad de ayudar a otros para que puedan salir también de sus problemas. Y es que los problemas no sólo son esas oportunidades que nos demuestran lo que sabemos, sino que la única manera de resolverlos no es gastar el tiempo y energías en hablar de ellos, sino en enfrentarlos así nos duelan, sobre todo, cuando las heridas se vuelven abrir, y luego, por suerte, cual heridas ya sanadas nos dejen sólo cicatrices.

 

MARiSOL