viernes, 22 de julio de 2016

La vanidad y la estupidez




La vanidad y la estupidez se han hecho íntimas amigas; se han hecho inseparables muy a pesar mío. Observo con preocupación que la una no puede vivir sin la otra y viceversa. Lo que más me preocupa es que ambas a pesar de tener un nivel intelectual y cultural bastante estrecho, ellas dos piensan que se las saben todas porque se consideran más inteligentes de lo que son ante los demás mortales. No sólo tanto la vanidad como la estupidez sobreestiman sus propias habilidades, sino que son incapaces de querer reconocer las verdaderas habilidades de los demás. Quizá el único método de cura para la vanidad sea la soledad, le hice saber.

- ¡Alto! - gritó la vanidad. Está bastante malhumorada, pero la verdad que a mí no me importa porque, en el fondo, no tiene otra cosa que exhibir. No por algo el adjetivo "vano" significa "vacío" ... falto de inteligencia no sólo intelectual, sino también emocional.

Y mientras la estupidez me miraba con infinita rabia, yo le dije tranquilamente que la vanidad debería cuidar su reputación, más que todo, por amor a la verdad. Y como veo que la estupidez no me quitaba su mirada, por cierto, fulminante, le recordé una famosa frase de Goethe que dice así: "Contra la estupidez, hasta los dioses luchan en vano". Al escucharme decir esta gran verdad, la vanidad se paró indignada ya que quiso darme una bofetada. Yo de un brinco evité el golpe, pero la estupidez molesta me exigió que las dejara en paz, que qué yo me he creído para venir a lastimarlas de esta manera. Yo no veo que sea así. Sólo les hago ver lo ciegas que están por creerse ser algo que no son. Y antes de retirarme les dije con voz sonora, para que me recuerden para siempre, que la mezcla de vanidad y estupidez es muy peligrosa no sólo para ellas mismas, sino para los demás también.

- ¿Por qué? - gritaron frenéticas al unísono las dos. Me odian. Lo sé, pero no me importa.

A lo que yo les respondí que cuando la ignorancia hace amistad con la estupidez de manera sincera y concienzuda, entonces, desafortunadamente ambas pueden tomar decisiones poco acertadas. Por su culpa, no sólo los políticos pierden el suelo de la realidad, sino lamentablemente existen también personas de cualquier nacionalidad, raza o religión que se convierten en charlatanes por voluntad propia, unas veces de manera inofensiva y otras de manera contraria porque pueden poner en peligro la vida de muchas vidas.

- ¡Cállate de una vez por todas! - me gritaron la vanidad y estupidez. Temblaban ambas de indignación. Yo creo que, en el fondo, saben que estoy hablando con la verdad aunque ésta les duela.

- Mis palabras quedarán mudas pero no mis pensamientos - les dije muy seria. Tan coléricas estaban que abandonaron rápidamente la habitación; me dejaron sola. No importa porque yo no las necesito. Es más, te digo, querido lector, de manera satisfecha, que así como yo sé que todo no sé, tampoco puedo pretender saber lo que no sé, y ¿sabes por qué? porque yo soy: la Humildad. 

La verdad que yo soy de la opinión que sólo los espíritus vestidos de grandeza espiritual (no necesariamente de grandeza intelectual) son los que han aprendido a través de diversas lecciones dadas por la vida que uno es más grande que la Vanidad y Estupidez cuando uno no se esfuerza por no presumir de sus logros, aprende a reconocer sus fracasos y debilidades y trata siempre de actúar sin orgullo.

¡Lástima que la vanidad y la estupidez no hayan escuchado estás últimas palabras de la humildad! Así aprenderían ellas dos a no degradarse ante los demás aunque no se percaten de ésto, pero la humildad, sí. Y si no que se lo pregunten a, los Premios Nobel del 2000, Justin Kruger y David Dunning.




 MARiSOL