Ana María, a sus setenta y ocho años, se acercaba lentamente a la meta final de vida ... a donde vamos todos tarde o temprano. Si bien su cara y manos le delatan su edad, su espíritu aún se mantiene joven como el de su nieta. Las dos se encuentran conversando sobre la vejez y juventud.
- No permitiré de ninguna manera que mi espíritu se arrugue y se enferme por dentro para que él no se vea más viejo de lo que yo ya estoy por fuera.
- Abuela, ¿por qué piensas así? - le preguntó su nieta curiosa.
- Es muy sencillo, Lizzi, porque la juventud vive de la esperanza y la vejez del recuerdo. Y yo quiero seguir caminando hacia adelante y no hacia atrás. ¿Sabes lo que quiero decir?
- Sí, abuela, creo haberte entendido.
- ¿Y qué has entendido? - le preguntó Ana María a Lizzi sonriendo.
- Si no me equivoco, a mi parecer, la juventud no es un tiempo de la vida, sino es un estado del espíritu. ¿No es cierto? - le contestó su nieta mientras manejaba su auto con cuidado por la ciudad.
- Si no me equivoco, a mi parecer, la juventud no es un tiempo de la vida, sino es un estado del espíritu. ¿No es cierto? - le contestó su nieta mientras manejaba su auto con cuidado por la ciudad.
- ¡Así es! - le respondió su abuela. Entonces, ¿estás de acuerdo con lo que pienso?
- Sí, abuela - le contestó Lizzi mientras paraban ante un semáforo.
- Estoy feliz que me hayas acompañado al ortopeda - le contestó su abuela agradecida de no haber ido sola a su cita médica.
- Aunque tengas dificultad en caminar - le contestó su nieta- y tengas que usar bastón, no dejes que la mujer joven que aún vive dentro de ti se muera, que siempre ella te acompañe ahora y hasta tus últimos días.
- Sí, ¡amén! - le respondió el espíritu joven de Ana María mientras su querida nieta Lizzi la ayudaba a bajar del auto.
Marisol
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