El Tigre de Bengala y yo nos pusimos de acuerdo en hablar en un idioma en que ambos pudiéramos entendernos.
- ¿Qué te sucede? - le pregunté. ¿Estás triste?
- No. Estoy aburrido de ver a mucha gente pasar cerca de mi jaula con la mirada vacía, esa misma gente que va a hacer sus compras obligatorias de Navidad.
- Pero, ¿tú quién eres para juzgar de manera tan tajante a la gente? - le pregunté molesta.
- Pues, ¿quién crees que soy? Nada más y nada menos que el Tigre de Bengala, también
llamado tigre de Bengala Real o tigre indio. Tú bien sabes que yo soy una subespecie
representativa de la India y Bangladesh y que pertenezco a la especie de tigre que más abunda en
el mundo. Y también sabes que se pueden encontrar bengalas, como yo, en países como Nepal, Bután, Myanmar,
Birmania y China.
- Pero, tú no te encuentras en ningún país de los que has mencionado, sino en el zoológico donde yo trabajo como cuidadora de animales.
- Es cierto. Estoy atado a esta cárcel en la que vivo. Hay momentos que me gustaría morir. Me han robado no mi inteligencia, pero sí mi libertad - me dijo el tigre con voz queda.
- Lo lamento. Es verdad lo que dices, pero tú acá naciste, en cautiverio. Éste es tu hogar y todos los que trabajamos en este zoológico te tratamos bien al igual que a los otros animales - le hice saber y luego le dije que tenía un regalo para él.
- Yo no quiero ningún regalo - me respondió el tigre con voz amargada.
Y, cuando ya me iba, el tigre me llamó.
- ¡Ey, aguarda un momento! No quise ofenderte. No hay necesidad que me des ningún regalo ya que el regalo que yo más deseo nadie me lo puede dar ni tú tampoco.
El tigre tenía razón. Pero yo le hice saber que si no se puede cambiar la situación, hay que vivir lo mejor que se pueda con lo que nos toca vivir. Hacernos la vida agradable es lo mejor y no sólo presentarnos como víctimas de las circunstancias.
Al final, mi regalo se lo dí a un oraguntán que está solo igual que el tigre. Él me lo recibió agradecido sin pensar demasiado en el por qué o cómo, porque él entiende bien mi lenguaje ya que los que de corazón se quieren con el corazón se hablan.
Te preguntarás cuál era el regalo: Tiempo. Le había regalado un vale donde decía que yo le dedicaba todo un día mi íntegra atención. Seguro que al Tigre de Bengala le hubiera gustado recibir este regalo. No pierdo la esperanza que cambie de opinión para la próxima Navidad.
MARiSOL
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