Hace unos pocos meses atrás, al preguntarle a mi canario por qué ya no trinaba, me contestó tristemente que lo que más deseaba era que yo le regalase su libertad. Pero al yo decirle que no pensaba soltarlo no sólo porque yo había pagado bastante dinero por él, sino porque no sobreviviría fuera de su jaula, mi canario me hizo saber que no quería seguir viviendo más en mi casa; él quería ser libre como otros pájaros a los que veía, desde una ventana grande, volar alegremente a lo lejos.
- Si te dejo libre, serás incapaz de sobrevivir - le contesté agitada. Tú estás acostumbrado a recibir tu alpiste y agua. Y si te dejo ir estarás expuesto a muchos peligros fuera de tu jaula.
- ¡Ay! pero si no me dejas ir, nunca podré saber de lo que yo soy capaz - me contradijo mi canario con la voz cansada.
- Es cierto, - le respondí - ni tú ni nadie sabe de lo que es capaz hasta que lo intenta. Pero me repito: he pagado mucho dinero por ti y no te pienso soltar. Aquí te quedarás, te guste o no.
Los días pasaron .... Mi canario ya no solamente no trinaba más, sino que se negaba no sólo a hablar conmigo, sino también a comer; solamente bebía agua. Pues bien, el canario con su silencio castigador y su huelga de hambre me dió a entender que su libertad no era sólo un capricho, sino una necesidad. Si bien mis reglas de juego eran poderosas, su necesidad de libertad era mucho más poderosa que cualquier ley que yo le impusiera.
Hoy día al entrar a la cocina, ví que mi canario yacía sobre el suelo de su jaula. No respiraba cuando lo saqué de ésta. Su cuerpo aún se sentía tibio. Y mientras lo acariciaba, le pedí disculpas entre lágrimas. Luego lo metí delicadamente en una pequeña canasta y salí al jardín. Allí, después de hacer, con una pala, un hueco pequeño al lado de un manzano, lo metí dentro. Y mientras iba echándole tierra, llegó un canario igualito al mío y sin miedo alguno, se paró encima de una de las ramas del árbol y se puso a trinar dulcemente mientras me observaba.
He decidido no tener nunca más un pájaro cautivo. Voy a regalar la jaula a una vecina mía. Yo, por mi lado, prefiero poner alpiste y agua al lado de la tumba de mi canario para que así todos los días lleguen gorriones, jilgueros y otras avecillas más a mi jardín. No habrá cosa más hermosa que escucharlos trinar desde muy temprano en la mañana mientras imagino a mi canario volar feliz gozando de su libertad interior en la tierra de los sueños inmortales ... allí donde el trinar de las aves suena sólo a paz y a amor.
MARiSOL
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