- Mamá, ¿Te sabes los nombres de todos los apóstoles?
Tragué
saliva. No sabía qué decirle a mi hijo porque yo sólo lograba recordar a
Juan que fue el menor de todos los apóstoles. Luego estaba Mateo
llamado igual que mi hijo, después, estaba Pedro...
Mi
hijo me interrumpió para decirme que Pedro, en realidad, se llamaba
Simón, el Zelote y que, más bien, usaba el apodo de Pedro. La verdad que este
detalle yo no lo recordaba.
Mi
hijo Mateo, bien serio, me hizo saber que Simón sus motivos habría
tenido ya que él también usa un apodo cuando chatea con sus amigos de
colegio por el internet. Luego seguidamente me preguntó si yo esto
también lo había olvidado.
- No claro que no. Te haces llamar el apóstol Mateo - le respondí sonriendo.
Mi hijo satisfecho de mi respuesta me volvió a preguntar si yo no recordaba ningún otro nombre más.
-Pues, no - le respondí desganada. La verdad que yo tenía que salir al supermercado.
Entonces
mi hijo en voz alta y mirándome a los ojos me increpó diciéndome que yo
no era buena cristiana. Luego, después de nombrarme a los restantes
apóstoles como Jacobo, Felipe de Betsaida, Tomás, Simón, el Zelote,
Judas Iscariote, Judas Tadeo, Andrés, Santiago, el Menor, Santiago, el Anciano y
Bartolomé o Nataniel de Caná, yo no supe qué decir. Suspiré resignada.
Le hice saber que por el hecho de que yo no pudiera nombrarle a todos
los apóstoles no quería decir que yo fuera mala cristiana.
Mi hijo, en todo caso, me retó pidiéndome que yo me aprendiera todos los nombres de los apóstoles entre hoy y mañana.
-
A ver, hijo, comienza a darme esos nombres nuevamente antes que a mí se
me vayan las ganas de aprender contigo - le contesté un tanto irritada.
Yo, en lugar de estar pensando en los nombres de los apóstoles, quería,
más bien, no olvidarme de todo lo que tenía que comprar en el
supermercado. La lista era larga y no me quería olvidar de nada. Pero
desde que uso la mascarilla procuro hacer mis compras rápidamente y en
más de una oportunidad he terminado olvidándome de comprar algunos
alimentos por el estrés que me produce no poder respirar bien con la
mascarilla puesta y por tener que evitar acercarme demasiado a otros
compradores como yo.
De
pronto, mi hijo me hizo un comentario algo insólito y es que si los
doce apóstoles hubieran vivido en esta época y hubieran tenido millones
de seguidores y que cada uno de ellos hubiera tenido su propio blog y
así poder hacer llegar el mensaje de Jesucristo a través del mundo
entero, tal vez no habría pandemia hoy en día.
Si bien la idea me gustó, sólo atiné a preguntarle a qué se debía esta idea suya.
Es así como Mateo me respondió:
-
Muy sencillo, mamá. En esta época de computadoras, internet, celulares y
demás tecnología moderna el ser humano no ha cambiado mucho. Todavía
siguen habiendo guerras, intrigas, conflictos de todo tipo,
especulaciones a nivel financiero a costa no sólo de todos nosotros sino
también de la madre Naturaleza más un largo etcétera de barbaridades
que reinan en este mundo. Yo me pregunto qué hubiera pasado si los doce
apóstoles hubieran tenido acceso al internet, quizá la historia del
cristianismo hubiera sido otra.
La idea me gustó. Era original. Pero yo, tratando de ser aún más original que él le dije
que se imaginara por un minuto a los doce apóstoles chateando no sólo
con cristianos y no cristianos, sino también con Jesucristo como
emisario de Dios.
Mi
hijo sonriéndome de manera angelical me leyó los pensamientos porque me
dijo que si los doce apóstoles vivieran actualmente le pedirían a
Jesucristo hacer un milagro como, el de parar la pandemia en todo el
mundo. Luego seguido, él me preguntó dulcemente si podía chatear con sus
amigos por una hora.
Mi
hijo Mateo tuvo mi consentimiento aunque él sabe que yo no le permito
que esté tantas horas sentado a la computadora aún estando en
cuarentena. Pero como él recibe clases por internet, pues es inevitable
que él esté casi todo el día ante la computadora. Gran invento esto de
las clases virtuales pero no es lo mismo estar en el colegio con sus
amigos y con los profesores. Así que mientras yo dejaba a mi hijo
chateando con sus amigos, ya sentada en el auto, apoyé mi cabeza en el
timón y lloré largamente antes de ir a comprar al supermercado. Mi
mundo y el de muchos otros no sólo se desmoronaba, sino que la salud, el
trabajo,
nuestros planes y proyecciones también. ¡Dios! ¿quién nos sostiene el
alma en medio de esta maldita pandemia?
¿Cuántos meses más tenemos que esperar a que exista una vacuna contra el
Coronavirus?
Quisiera pensar que no solamente todas mis dudas y temores encuentran respuesta en ti, señor Jesucristo, sino que todas mis lágrimas y dolor encuentran también consuelo en ti. A veces, no sé qué pensar. ¿Eres sólo un invento? Aunque, prácticamente todos los historiadores de la Antigüedad afirmaron que tú fuiste un predicador y líder religioso judío del siglo I, yo siento que mi fe en ti tambalea una y otra vez. Y ahora más que nunca.
Por un momento, me imaginé escribiéndole un e-mail a uno de los apóstoles para que a su vez le reenviara mi carta electrónica a Jesucristo rogándole que se comunicara con Dios Padre para que ambos hicieran pronto el milagro para aliviar a tantísima gente que se encuentra en peor situación que yo. Quién sabe qué me hubiera respondido Jesucristo pero me puedo imaginar que él me hubiera dicho que no le pidiera milagros si yo no creía firmemente en Él. Después de secarme las lágrimas me propuse aprenderme de memoria los nombre de los doce apóstoles en cuanto llegara a casa de regreso y, ¿sabes por qué? porque no sólo cuento con tiempo para hacerlo, sino porque me doy cuenta que esta crisis mundial es tan grande y tangible que nos hace sentir a todos impotentes. Cuando más débiles nos sentimos es cuando más fácil reconocemos nuestra necesidad de orar. Quizá porque la oración es la forma en que demostramos nuestra creencia y confianza en que Dios no tiene sólo el mundo entero en sus manos, sino que su hijo Jesucristo nos recuerda que la oración no debe ser nunca el último recurso del pueblo de Dios; por el contrario, debe ser nuestro primer punto de acción hacia el cambio, para volver a ser efectivamente más humanos unos con otros.
Quisiera pensar que no solamente todas mis dudas y temores encuentran respuesta en ti, señor Jesucristo, sino que todas mis lágrimas y dolor encuentran también consuelo en ti. A veces, no sé qué pensar. ¿Eres sólo un invento? Aunque, prácticamente todos los historiadores de la Antigüedad afirmaron que tú fuiste un predicador y líder religioso judío del siglo I, yo siento que mi fe en ti tambalea una y otra vez. Y ahora más que nunca.
Por un momento, me imaginé escribiéndole un e-mail a uno de los apóstoles para que a su vez le reenviara mi carta electrónica a Jesucristo rogándole que se comunicara con Dios Padre para que ambos hicieran pronto el milagro para aliviar a tantísima gente que se encuentra en peor situación que yo. Quién sabe qué me hubiera respondido Jesucristo pero me puedo imaginar que él me hubiera dicho que no le pidiera milagros si yo no creía firmemente en Él. Después de secarme las lágrimas me propuse aprenderme de memoria los nombre de los doce apóstoles en cuanto llegara a casa de regreso y, ¿sabes por qué? porque no sólo cuento con tiempo para hacerlo, sino porque me doy cuenta que esta crisis mundial es tan grande y tangible que nos hace sentir a todos impotentes. Cuando más débiles nos sentimos es cuando más fácil reconocemos nuestra necesidad de orar. Quizá porque la oración es la forma en que demostramos nuestra creencia y confianza en que Dios no tiene sólo el mundo entero en sus manos, sino que su hijo Jesucristo nos recuerda que la oración no debe ser nunca el último recurso del pueblo de Dios; por el contrario, debe ser nuestro primer punto de acción hacia el cambio, para volver a ser efectivamente más humanos unos con otros.
MARiSOL
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