De acuerdo a la cultura milenaria de Japón, todos tenemos un ikigai (いきがい). Es decir, todos tenemos una razón de vivir o de ser. O sea, todos tenemos una razón
para levantarnos todos los días. Pero antes de continuar te hago saber qué es lo que significa la palabra japonesa ikigai. Pues bien, se compone de dos vocablos: iki (いき) se refiere a la vida y luego kai o gai (がい) se refiere a la realización de lo que uno espera y desea.
Bien, el ikigai está molesto con Sara. Y es que él no entiende como ella no logra ni sentir una inmensa felicidad ni sentir una luz interna que le de sentido a su vida. ¡Ay! ¿Cuándo llegará el momento en que el karma de Sara cambie del todo? Ella sabe que para llegar a sentirse plena la búsqueda puede ser muy larga y muy profunda. Sara lo que más desea es estar en permanente conexión con su universo interior. Pero es que esta vida no sólo la está golpeando con fuerza. No sólo a ella, sino, últimamente, a todos.
-¡Pues, por este motivo soy importante! - le retó el ikigai a Sara.
El ikigai, después de decir estas palabras a Sara, también le hizo saber que él ni es algo grandioso ni tampoco es algo extraordinario. Es más bien, algo muy práctico, para tenerlo presente cada día. En realidad, se trata de desactivar nuestro modo automático por el que muchos de nosotros transitamos por la vida y hacer las cosas por algún motivo.
Sara sabe que la suma de las pequeñas alegrías cotidianas resulta en un vida más plena. También ella sabe que el ikigai está dividido en cuatro partes fundamentales de la vida: pasión, vocación, misión y profesión. Es decir, el ikigai es una mezcla de eso que uno ama, eso en lo que es uno bueno, lo que el mundo necesita y aquello por lo que ganas dinero.
Sara, un tanto alterada, le increpó que tan fácil no es sentirse uno feliz y realizado en circunstancias cuando uno pierde su trabajo, sobre todo ahora, con la pandemia. Hay millones de seres humanos que se han quedado sin nada. Unos terminan suicidándose, otros terminan robando para poder alimentar a sus familias, otros terminan arrimados a parientes.
El ikigai sabe que Sara tiene razón. Pero aún así la instó a ella a que conectara puntos en su vida y que sintiera el presente y el futuro dejando volar su intuición. Es más, le pidió a Sara que siguiera a su corazón como si en ello se le fuera la vida.
- ¡Cállate! - gritó Sara. ¡Déjate de tanta palabrería! ¿De qué me sirves? He perdido mi trabajo por culpa de la maldita pandemia. Mis padres no me pueden ayudar a financiarme mi vida. Yo trabajaba de camarera en un restaurante y ahora que no trabajo tengo que dejar mi departamentito. Y la simple idea de irme a vivir con ellos, no me hace gracia alguna.
- Entonces, ¡reinvéntate! - le sugirió el ikigai. y luego le hizo cuatro preguntas: ¿Qué es lo que amas hacer?, ¿Qué es lo que el mundo necesita de ti?, ¿En qué eres bueno? y ¿Pueden pagarte por lo que haces?
Sara, después de escucharlo se dió cuenta que estas cuatro áreas en equilibrio, podrían ayudarla a salir de la situación en la que se encontraba. Ella podría subarrendar amoblado su departamentito (permiso tenía del dueño; así estaba estipulado en su contrato de arriendo), podría irse a vivir con sus padres por unos seis meses y desde allí ver con tranquilidad en qué otra cosa podría trabajar. Talentos tenía, era buena mecanógrafa, era buena piloto conduciendo autos, y hablaba con fluidez el francés ya que desde chica lo había aprendido con su madre, quien es francesa. Quizás el ikigai tenía razón. Sara se daba cuenta que aunque le gustaba trabajar de camarera porque recibía buenas propinas, tendría que hacer uso de sus otros talentos para salir adelante. Su transformación personal no podía quedarse en estado de parálisis, por ningún motivo.
En el fondo, Sara había jugado, más de una vez, con la idea de dejar de ser camarera, pero las propinas la habían retenido a seguirse quedando en su trabajo bastante estresante, por cierto. Pues bien, el Ikigai le pidió a Sara que apagara el piloto automático y que practicara el mindfulness o atención plena para dirigir su vida desde la calma y también le recomendó hacer meditación para que la ayudara a centrarse en el aquí y ahora, sobre todo, ahora que aún seguimos enfrentados a la pandemia del Covid-19.
Sara había entendido que no debía desesperarse; ella tenía que seguir buscando y modelar su ikigai sin prisa, pero sin pausa para mejorar su vida. Es así como el ikigai sonriendo le dijo a Sara que se sintiera dichosa de estar viva y que se mantuviera activa y que se tomara con calma no sólo la vida porque caminando despacio ella podría llegar lejos, sino que le dedicara un momento del día a dar las gracias para aumentar su caudal de felicidad. Sara se estaba dando cuenta que si ella se ponía a esperar una felicidad demasiado grande, al final, encontraría sólo obstáculos para ser realmente feliz.
Es así como Sara agradecida de haber conversado con su ikigai, sonrió porque la sonrisa abre puertas y nos conecta con nuestra parte positiva. Así como el ikigai de Sara le hizo recordar a ella que no hay que olvidar el privilegio de estar aquí y ahora en este universo lleno de posibilidades aún con pandemia de por medio, espero que tú, querido lector, por tu propio bien, te reconectes con tu propio ikigai.
MARiSOL
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