Cuento de la vida real con una pizca de 10% de fantasía :-)
Foto mía
Hace ya unos años atrás cuando me encontraba junto con mi esposo visitando el mausoleo de Napoleón, que es una cripta circular, situado bajo la gran cúpula de la iglesia de Los
Inválidos de París (después de Versalles, el palacio de Los Inválidos es la obra de mayor
envergadura iniciada durante el reinado de Luis XIV, el Rey Sol), donde acoge desde 1861 los restos mortales de Napoleón Bonaparte en un impresionante sarcófago el cual contiene seis féretros sucesivos (el más interior es de una lámina de acero recubierta de estaño, el
segundo de caoba, el tercero y el cuarto de plomo, el quinto de madera
de ébano y el último de roble), me encontré una boina negra (la que te presento en la foto).
Cuando yo la encontré dudé primero si en llevármela o no, pero como no ví que nadie la reclamara me la puse. Me quedaba perfecta. Cuando mi esposo, quien estaba a unos cuantos metros lejos de mí admirando el sarcófago, advirtió que yo no tenía puesta mi gorra, sino una boina, me miró desconcertado.
Luego, cuando él quizo saber dónde yo la había encontrado, yo le dije sin pensarlo dos veces:
- Por acá cerca. Como Napoleón me pidió que le hiciera el favor de recoger la boina porque a él no le gustaba tenerla allí casi a sus pies, yo le hice caso. Y él agregó diciéndome que me la podía quedar como souvenir.
Cuando mi esposo me dijo que dejara la boina donde la había encontrado, yo sonriendo le contesté:
- ¡No pienso desobedecer por ningún motivo las órdenes dadas por el Gran Corso!
- ¡No sólo estás chiflada, sino que eres una ladrona! - me refutó mi esposo enojado.
- Yo no lo veo así - le dije un tanto molesta. Como mi esposo me estaba resultando antipático, en ese momento, le dije para que me dejara tranquila que no sólo estaba emocionada de encontrarme ante la tumba de Napoleón, sino que además lo encontraba un hombre muy inteligente y carismático porque escribió historia en la Historia Universal por su gran talento estratégico militar aunque hubiera perdido su última guerra, la de Waterloo.
A lo que mi esposo me contestó:
- A ti nunca te han gustado los hombres bajos.
- Pero con Napoleón hubiera hecho una excepción, cariño - le dije suspirando (intencionalmente) y él resignado con mi respuesta me sugirió de salir del mausoleo para seguir conociendo otros lugares.
A lo que yo le contesté:
- ¡Sí, mi General! ¡Salgamos a conquistar París!
Mi esposo me sonrió. ¡Ah! una sensación de triunfo se dejó ver coronada sobre mi boina de fieltro.
Mi esposo me sonrió. ¡Ah! una sensación de triunfo se dejó ver coronada sobre mi boina de fieltro.
Por cierto, la boina la sigo usando. Hoy día cuando me la puse, antes de salir a la calle, al mirarme al espejo sonreí al recordar mi batalla ganada en París.
MARiSOL
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