Tengo una amiga llamada Tamara. Ella me ha comentado que, desde que heredó un reloj antiguo de su abuela Belén, le da la impresión que éste aunque no tenga ojos y el tiempo transcurra de manera uniforme y certera, se dedica a observarla. Es como si este reloj quisiera saber con exactitud en qué Tamara dedica su tiempo. Tan curiosa quedé con este comentario de mi amiga que, en un momento en que ella se fué al baño y me dejó sola, aproveché para observar de cerca a este reloj ya que casualmente me encontraba yo visitando a mi amiga.
En el momento en que me acerqué para observar bien a este reloj, éste me habló diciéndome:
- Me pregunto si tú, Victoria, malgastas tu tiempo o el tiempo te malgasta a ti.
Al escuchar no sólo hablar a este reloj, sino la frase dicha, retrocedí un poco asustada haciéndola saber que me explicara mejor lo que me quería decir.
El reloj, muy serio, me hizo saber que muchos hombres siempre tratan de matar el tiempo, pero que, al fin y al cabo, los acaba por matar. Y por este motivo quería saber si yo hacía buen uso de mi tiempo.
Yo, haciendo acopio de mucha paciencia, le dije que ya sólo el hecho de tomar conciencia del tiempo me causaba mucho estrés y agotamiento no sólo corporal, sino también emocional.
El reloj me pidió una mejor explicación.
- No creo que sea de tu incumbencia si yo sé como aprovechar de mi tiempo o no - le contesté un tanto enojada y luego continué hablando - Tú no eres nadie para decirme qué debo hacer con mi tiempo. Es una gran mentira eso que el tiempo es oro. Para mí el oro no tiene ninguna validez. El tiempo para mí es más que eso, es vida.
- O sea, ¿a ti no te importa perder tu tiempo? - me preguntó el reloj de Tamara.
- Así es - le respondí desafiante - Es más, yo no quiero ser solamente una persona ocupada que no sabe qué hacer con su tiempo libre. No hay cosa más bonita que tener tiempo para perderme en él a solas o acompañada. Disfrutar de él sin tenerlo siempre en cuenta.
El reloj, un tanto disgustado, tuvo que aceptar que yo tenía razón.
Luego, seguidamente, yo le hice saber que el problema que veía es que no necesariamente es que sea el tiempo el que nos falte, sino que somos nosotros los que le hacemos falta a él.
El reloj, al mirarme desconcertado, le dije dando por terminada nuestra charla:
- Al fin y al cabo lo único que nos pertenece, desde que nacemos, es nuestro tiempo de vida. ¿No te parece? porque no hay nada más insensato que acortar nuestro tiempo de vida pensando sólo en problemas o penas.
El reloj se quedó tan pasmado con lo que le dije, que dejó de funcionar.
Al regresar Tamara del baño y ver que el péndulo del reloj no se movía, le quiso dar cuerda. Pero, al pedirle a mi amiga que no lo hiciera mientras yo me encontrara de visita, se sorprendió. Al preguntarme el motivo, yo le dije:
- El péndulo del reloj me pone nerviosa porque me hace sentir que el tiempo es físico con su interminable tic - tac, tic - tac.
Tamara, desconcertada, me preguntó a qué exactamente me refería, a lo que yo le contesté:
- Para mí el tiempo está en nosotros mismos.
Desde que yo le dí esa respuesta, Tamara no ha vuelto a hacer funcionar al reloj que yo sepa. Lo tiene, más bien, como adorno. Le basta con el reloj pulsera que ella usa porque no hace ningún ruido. Ella se dió cuenta que desde que el reloj de su abuela ya no le marca más su tiempo, ya no tiene ella sólo la sensación que éste la observa, sino que su corazón ya no late más de manera desacompasada al pensar en Eduardo, un ex-novio, que vivió, por largo tiempo, atado al péndulo de su memoria mientras él se movía entre su mente y corazón.
La verdad que yo me alegro que Tamara se haya dado cuenta de no perder más su tiempo sólo pensando en él, porque su recuerdo terminaría por matarla en vida. Y como la muerte es, el final de nuestro tiempo, lo mejor que podemos hacer (lo mismo Tamara) es saberlo llenar de momentos agradables para que la muerte no nos cause miedo si nos damos cuenta que no hemos sabido vivir. Y para terminar, quiero agregar que soy de la opinión que el tiempo de mi amiga Tamara está madurado porque ahora ella no se pregunta más, como antes, por qué y para qué vive.
Belén, la abuela de Tamara, al escuchar mis pensamientos, sonrió (desde algún punto del universo), porque la mirada de su reloj había cumplido con su cometido, el de ayudar a su nieta a mirarse mejor por dentro porque su tiempo interior es el que le recuerda cómo ella quiere vivir.
Y tú, querido lector, ¿cómo quieres usar tu tiempo hoy día?
MARiSOL
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