"Mientras al filo de cada noche renuncio
con la conciencia atenta a tu amor,
esta ruptura precaria, forzada y definitva
vaga silenciosamente y sin rumbo
acallando poco a poco
los latidos de mi loco corazón"
Helena sabe, por más que escriba poemas cursis, que Antonio ya no regresará más a ella. Nunca más. Fué la desconfianza la que los separó. Y mientras ella se encontraba escribiendo febrilmente más poemas, sintió un golpe seco en la ventana de su dormitorio. Era un cuervo tan negro como la noche. Helena, sin pensarlo dos veces, lo dejó entrar. El cuervo se acercó a ella y sin pedirle permiso alguno le dijo que no entendía como ella podía seguir amando a Antonio.
Helena balbuceando, ya casi sin fuerzas multiplicadas por el tiempo, le dijo:
- ¡Ay, pájaro de ébano! no hagas caso de mis palabras y despliega, más bien, tus largas alas para seguir volando, tú y yo, entre la esperanza y el temor aunque nosotros vivamos separados por un nunca más desdibujado en la comisura de los labios de nuestras historias de vida.
El cuervo se la quedó mirando hipnotizado. ¿Cómo podía saber Helena que él, el cuervo, era el alma de Antonio quien venía a visitarla a medianoche? ¿O, acaso, era sólo un recuerdo el que se hacía presente? Fuera lo que fuera a estas horas altas de la noche Helena, quien sufría de insomnio, sabía que sus letras vestidas de sentimientos habían llamado a Antonio en sus pensamientos. ¿O era sólo un sueño? ¡Ay, querido lector! ¡Y qué importa! Una angustia vestida de deseo se hacía presente mientras Helena se abrazaba al cuervo. Y mientras acariciaba sus negras plumas, ella sabía que no permitiría que su corazón cayera en ningún abismo ni en ninguna oscuridad. ¡Nunca más!
Mientras el cuervo la miraba con sus ojos encendidos como llamaradas que le quemaban el alma a Helena, ella sabía que el pájaro de ébano la abandonaría, tarde o temprano, físicamente aunque nunca más él se la pudiera sacar de sus recuerdos.
Y aunque Antonio no lo quisiera admitir, Helena seguiría siendo la mujer de sus sueños aunque sus infidelidades (las de él) habían sido el detonante explosivo para evaporar el amor entre ellos dos.
Antes de terminar, déjame decirte que la soledad, ese instante de plenitud, se ha echado a dormir, en este momento, sin permitir que ni Helena ni Antonio la despierten. Ellos dos bien saben que ¡nunca más! serán pareja aunque él la busque en sus sueños y ella lo recuerde en sus poemas.
MARiSOL
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