No sé si sepas que el ojo de un ciclón tropical tiene entre 30 y 65 kilómetros de diámetro y suele encontrarse, normalmente, en el centro geométrico de la tormenta. Pero hay ciclones en donde su ojo puede llegar a tener más de 300 kilómetros como también pueden tener sólo 3 kilómetros de diámetro. Bien, si dejamos los diámetros de lado, y nos concentramos sólo en el ojo, a éste se le llama ojo claro cuando está despejado o contiene sólo algunas nubes bajas y se le llama ojo lleno cuando contiene nubes bajas y medias o cuando está cubierto por muchas nubes densas.
Pero yo no quiero hablar sobre este tipo de ojo de huracán. Más bien, de aquel otro ojo que nos observa, que nos hace ver en silencio de nuestros errores, de nuestras necedades, de nuestros malos humores, de nuestros malos pensamientos, de nuestras malas acciones ... todo eso que no nos hace mejores personas, sino todo lo contrario.
¿No será que el ojo del huracán nos quiere hacer recordar que tenemos, en el fondo de nosotros, un alma noble, blanca, transparente e ingenua? Pienso que así es. Este ojo nos escruta con su mirada para prevenirnos de los sentimientos negativos que se encuentran rondando dentro de nosotros y que, al final, amenaza con arrasar con todo lo bueno que tenemos. No hay que permitir que nuestros sentimientos negativos alcancen el mismo nivel de diámetro que el ojo de nuestro huracán interno. No permitamos destruirnos a nosotros mismos o a los demás. Al final, siempre llegan a quedar escombros en el alma. Y no precisamente hablo de un conjunto de restos de ladrillos, hormigón, acero, hierro, madera o vidrios. ¡Ay! ¡Cuán difícil es volver a rescatar de los escombros a la confianza y al respeto! Sobre todo, cuando nuestro huracán ha arrasado con los buenos recuerdos, dejando sólo los malos a la vista de todos. Y lo que es peor, expuestos ante nuestra conciencia. Y es que todos la tenemos, querramos o no. La conciencia está allí silenciosa mirándonos, retándonos para desechar no sólo lo malo que llevamos por dentro, sino para reconstruirnos por dentro. Unos lo consiguen. Otros, no.
Pero yo te quiero contar de Erika. Ella como cazadora de huracanes y quien pertenece al Escuadrón Nr. 35 del Centro de Meteorología de las Fuerzas Armadas de su país, se encuentra, en este momento volando dentro del ojo del huracán. Ella cumple con su misión. Sabe que no puede ni correr ni esconderse de sí misma ante esta peligrosa tarea, pues, ella sabe que en esa tranquilidad atmosférica, donde no hay nubes, ni lluvias ni vientos, donde aparentemente su mundo interno está en equilibrio y su cielo está claro, alrededor del ojo se encuentra la pared del ojo, que es la parte más violenta del huracán ... allí donde los vientos son más fuertes y violentos ... esos vientos vestidos de sentimientos negativos que nos pueden destruir no sólo por fuera, sino también por dentro. Pero Erika no desea ser víctima del huracán. Ella quiere aportar valiosa información no sólo grabándolo y fotografiándolo para conocerlo mejor, sino ella está allí, en su avión, lejos de la Tierra para dejar de lado sus sentimientos negativos que, por momentos, la asaltan.
Erika atraída por el fenómeno del huracán, arriesga su vida por ir tras él ... por ese huracán que le hace ver que la vida vale la pena ser vivida, a pesar de lo peligrosa que pueda ser. Ella sabe que si tiene la conciencia en paz y domina sus miedos, no se sentirá observada por el ojo del huracán, sino todo lo contrario. Ella será la que lo tenga en la mira para escrutarlo a fondo ... allí donde, quizás, Dios se encuentre observándola.
MARiSOL
Imagen sacada de Bing
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