Mientras yo estoy sentada frente a mi destino, él se encuentra barajando, a gusto, mis cartas para que yo pueda seguir jugando a vivir. Al final, según él, tendré el destino que me merezca. Pero, ¿será cierto? Él sigue mezclando las cartas aunque sabe que lo que ha de suceder, sucederá. ¿O acaso me considero un espíritu vulgar que no tiene necesidad de tener un destino? Ya no sé qué pensar.
Y cuando el destino, quien sigue barajando mis cartas de vida, me pregunta a qué le tengo yo temor porque me ve sudando copiosamente, yo sin saber que responder, más bien, le pregunto si no hay una divinidad que intervenga al final de mi camino.
- No creo que sea bueno que te lamentes sobre tu propio destino - me responde él muy serio. Y luego él mirándome fijamente a los ojos me dice que yo soy una persona voluble.
¿A qué se refiere? le pregunto.
Su respuesta no se hace esperar; me dice que yo soy voluble porque creo, más que todo, en el azar. Si yo fuera sensata creería más en mi propio destino sin tener él necesidad de barajar las cartas ante mi vista como yo quiero en este momento. Es así como el destino deja de barajar las cartas y me las pasa. Ahora me toca a mí. ¡Ay, tengo temor! ¿Y si las barajo mal y si mi destino se trunca, se tuerce o se malogra? Vuelvo a sudar copiosamente mientras un frío me envuelve el alma.
El destino (ahora, resulta que ya dejó de ser mío mientras me habla) me dice con voz grave:
- Yo no sé de qué te preocupas si siempre te faltarán datos, acertijos por descifrar por más que creas entender el significado de estas siete letras aunque tu destino creas tenerlo predestinado.
- ¿Pero acaso no es así? ¿No está de por medio la mano de Dios? - le pregunto. Ya no sudo, ahora siento escalofríos.
- ¿Y a quién crees tener delante tuyo? - me pregunta el destino. Tiemblo. Y poniéndome él sus manos sobre mis hombros me pide que me relaje y que entienda que mi destino es, más bien, un punto de llegada o una meta, y no está sujeto a su voluntad como muchos creen. Luego, me hace saber que si el destino existiera como una existencia fija entonces, ¿qué sentido tendrían
cada una de mis decisiones tomadas?, ¿no soy yo la que escojo uno u
otro camino? Como ser individual debo entender este concepto. Si bien mi historia de vida está condicionada también a mi vida en sociedad, yo, al fin de cuentas, escojo un camino aunque muchas cosas que se encuentran a mi alrededor puedan afectar mi historia de vida y, al final, termine yo escogiendo otro camino (sea correcto o equivocado). Es así como después de decirme estas palabras, el "Dios de mi destino" deja de lado las cartas sobre la mesa, me vuelve a mirar fijamente para terminar de decirme que si bien él conoce muy bien mi pasado y presente, está en mí dirigir mis pasos hacia mi porvenir por el camino que yo crea más conveniente.
Pero como yo no sé qué camino tomar le pido a él (he de tomar una decisión pero no sé cuál) que me baraje las cartas porque por este motivo nos hemos reunido. Mi instinto y mi voluntad cruzan en silencio miradas de reproche dentro de mi conciencia. El destino mirándome nuevamente a los ojos me advierte que si bien el barajará por última vez mis cartas, soy yo, la que al final, jugará con ellas. Mejor dicho, estoy ya jugando con ellas desde el día que nací.
MARiSOL
Aquí dejo otro tipo de naipes ...
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