domingo, 27 de septiembre de 2009

En la balanza

La balanza me llama desde el baño y me pide de mala manera que me suba sobre ella. Me he convertido en su esclava aunque no quiera.

El miedo se apodera de mí. Y mientras me quito el camisón grito indignada:
-¡No he bajado un solo gramo! Apenas comí ayer y lo que es peor, estuve casi toda la tarde montando bicicleta. ¡No puede ser!

http://www.familydoctormag.com/images/stories/weight-loss-woman-mirror.jpgLa balanza no sólo se comenzó a reir a carcajadas mientras observaba mi desesperación dibujada en mi rostro, sino que burlonamente me daba a conocer los kilos que  daban cobijo mi cuerpo. Era como si en el fondo no deseara realmente ayudarme.

-¿Por qué me tratas así? -le pregunto indignada a la balanza y luego continúo diciéndole- en lugar de apoyarme, de darme ánimos, me destruyes con tus comentarios negativos.

-¡Ahhh! No sabes como me divierto verte así -me contesta riéndose la balanza.

-¡Pero si ya no como tanto! Desde hace dos semanas  que he reducido las calorías y como por si fuera poco ¡estoy nuevamente  con gastritis! - le digo mirándola enojada. Indudablemente que esta balanza no es mi amiga. ¿Acaso, realmente lo fué? Si fuera mi amiga tendría otro lenguaje.

- ¡Ahhh! -me contesta de nuevo burlonamente la balanza, pero inmediatamente me reta- ¿Por qué estás tan desesperada por bajar de peso? ¡Eres una necia! Debes de aceptar el hecho que el proceso de adelgazar que se da en tí es lento, muy lento... No sabes como me divierto contigo. Eres patética. ¡Ja! Eres débil de carácter. Tu destino es ser gorda. Nunca conseguirás bajar de peso. ¡Nunca, nunca!  ¡Ja, Ja, Ja!

Indignada ante tanta arrogancia y maldad y no queriendo escuchar más sus palabras, meto a la balanza en un caja y la llevo corriendo al sótano. Ella, al borde del pánico me pide que no la deje allí en la oscuridad. A lo que yo le contesto:
-Te recogeré cuando haya llegado a mi peso ideal y como tú me has dicho que en mí, el proceso de adelgazar es lento, entonces, querida, te tocará esperar mucho, pero mucho tiempo hasta sacarte de este lugar frío y oscuro como la noche. O, quien sabe, quizás te quedes viviendo allí para siempre por haber pronosticado desde ya mi destino de gorda.
    Mientras me alejo del sótano, voy tarareando feliz una canción de moda. Me siento liviana, ligera, grácil, casi frágil.  A lo lejos se escucha el llanto de la balanza. ¿Comienza a arrepentirse o sólo lo hace para que yo sienta lástima? Por un momento me entra la duda, me siento mala. ¡Ay! pero decido ser fuerte diciéndome a mí misma mientras me contemplo ante el gran espejo de mi dormitorio:
    -¡Exijo más respeto! Ni ella ni nadie se burlarán más de mí de esta manera. Es hora que mis palabras cuenten con más peso que antes.
      Marisol