viernes, 27 de noviembre de 2020

Entre olvidos y recuerdos

 

Como un mal presagio o una mala costumbre las miradas de Inés y Eduardo se vuelven a cruzar en silencio desde la lejanía. Esa lejanía que cual elemento físico escapa del control humano pero que forma parte de sus vidas quieran o no. Pues bien, ellos dos son esos eternos amantes que aunque permanecen callados desde hace muchos años se hablan en sus sueños. Quizá porque ellos dos están hechos del mismo material con el cual ellos dos tejen sus sueños. Y mientras ellos tejen sus sueños en silencio, el mismo silencio les recuerda que cual gran arte para sus conversaciones imaginarias, éste nunca se romperá porque es tan profundo como el inmenso mar de la vida... ese mar que se mueve entre olvidos y recuerdos.

¡Ay! Pero, ¿qué pasa con los olvidos? Ellos son como golpes insistentes que tocan las puertas de sus corazones, porque el amor es, a mi parecer, un ardiente olvido de todo. ¿Y qué pasa con los recuerdos? Sólo pueblan nuestra soledad para hacerla más profunda. ¡Ay! ¿Será que el amor, en realidad, no existe? Yo diría que, más bien, sí existen las pruebas de amor, en todo caso. Ésas que se demuestran dejando vivir a aquel que amamos en completa libertad. Esa libertad que sólo viene de nuestro interior. Yo, te pregunto, querido lector, ¿qué otra libertad esperas poder tener? Lo único que te puedo decir que a ti se te otorgará la libertad externa cuando hayas sabido desarrollar tu propia libertad interna.

Dejemos, pues, que Inés y Eduardo sigan siendo, entre olvidos y recuerdos, amantes hasta la mismísima eternidad. Esa eternidad que se vuelve una nada porque nuestra imaginación nos agranda tanto el tiempo, sobre todo, presente que la nada se convierte en una inmensa eternidad que no tiene ni principio ni fin. Esa eternidad que no está hecha de tiempo. Ese tiempo que hace pasar el amor así como el amor hace pasar el tiempo. ¡Qué paradógco!, ¿verdad?

Y yo, como el tiempo que soy,  te hago saber, querido lector, que mi misión es seguir conduciendo a Inés y a Eduardo a través mío porque la vida en tiempo se vive. Y ¿sabes por qué? Pues, porque luego no habrá tiempo para nada... esa nada  que nos separa y que también nos une como a Inés y a Eduardo. Si bien ellos no tienen nada en sus manos, sí me han hecho su cómplice. Es así que yo, como el tiempo que soy, hago que el amor tenga dos hermosos momentos: el primero y el último porque todo lo malo, vestido entre olvidos y recuerdos, es el tiempo que transcurre entre ellos, más no entre Inés y Eduardo porque ellos bien saben que el amor auténtico queda tatuado de una vez para siempre y del todo tanto en el la piel del corazón de ella como en el de él.

Te hago saber que tanto Inés como Eduardo no tienen contacto ni físico ni epistolar; sólo se comunican por una intuición espiritual. Ellos dos hacen uso de esta habilidad para percibirse de manera clara e inmediata, pero sin la intervención de la razón, de la mente o de la lógica. Ellos saben comunicarse usando un lenguaje no verbal porque su intuición espiritual viene del alma... ese alma que es, finalmente, inmortal. 

Bien, antes de terminar, te cuento que Inés y Eduardo hacen caso a sus corazones porque ellos dos tienen la gran habilidad de comunicarse telepáticamente sin ninguna expresión sensorial, ya sean el habla, gestos o señas. Ellos dos como dos cuerpos en un alma, más bien, se comunican, de corazón a corazón.  Bien, este canal sigue abierto aunque resulte, al final, un mal presagio o una mala costumbre, porque el amor, finalmente es un eterno insatisfecho que vive de amargos olvidos y dulces recuerdos. 

 

MARiSOL