miércoles, 26 de marzo de 2014

Mi canario amarillo


Érase una vez un canario amarillo que cantaba, mejor dicho, trinaba y gorjeaba, casi todo el día.  Desde hacía más de cinco años que yo lo había comprado junto con su jaula en una tienda de animales. Mi canario vivía en una jaula grande. Parecía aceptar su encierro sin ningún problema. Pensé que era feliz, pero me equivoqué. 

Un día, ya hace unos meses atrás, mi canario se quedó sin voz. Como pensé que él estaba enfermo, lo llevé al  veterinario. Después que él lo revisara, me dijo que mi canario no tenía nada. 
- No entiendo por qué mi canario ya no canta - le dije al veterinario. 
- Habría que preguntarle - me contestó serio el veterinario.
- ¿Me está usted tomando el pelo? - le pregunté desconcertada al médico de animales.
- No, de ninguna manera. Los animales tienen sentimientos - me respondió él y luego se volteó hacia mi canario y le preguntó  si estaba triste hoy día. Mi canario movió su cabeza hacia adelante. 
- ¿Eres feliz? - le hizo otra pregunta el veterinario.
Mi canario volvió a mover su cabecita. Esta vez la movía de derecha a izquierda como dando a entender que su respuesta era negativa.
- Usted se ha acostumbrado a escucharlo trinar y gorjear, pero ¿usted conversa con su canario? - me dijo el veterinario mirándome a los ojos.
- Pero, ¡si es sólo un pájaro! - le contesté.
El médico de animales me dijo que yo tenía dos alternativas. O bien lo soltaba para que fuera libre o conversaba con él todas las veces que pudiera.
- No entiendo - le respondí.
El veterinario me miró y luego miró a mi mascota y dijo:
-  El riesgo al dejar libre a su canario es que no pueda sobrevivir porque él está acostumbrado a recibir su alpiste, lechuga y agua todos los días. Pero si usted le habla, verá como volverá a trinar. Se lo aseguro. Su canario no es ni perro ni gato, pero es su mascota y necesita recibir su cariño y atención.

Me fuí pensativa. Ya estando en casa le pregunté a mi canario si quería que yo me quedara un rato hablándole mientras le limpiaba la jaula y le daba de comer y beber. Pero no me contestó. Sólo me miró triste.
- ¿Quieres que me quede a tu lado mientras leo una novela, acá en la terraza, y te cuento de qué se trata? 
La respuesta de mi canario fué clara. Trinó largamente. Es así que feliz llamé yo al veterinario para contarle lo sucedido y agradecerle su consejo. 

Agradecida quedé no sólo con el veterinario, sino también con mi canario porque nuevamente él trinaba para mí para espantar juntos a la tristeza.


MARISOL

 
 
Imagen sacada de bing