lunes, 28 de septiembre de 2009

Otro otoño ha llegado...



-Otro otoño ha llegado con sus colores variopintos, con su melancolía  andante que se deshoja de a pocos, soltándose de los árboles... -me comenta suspirando mi amiga Angélica mientras nos dirigimos en auto a un bosque  de nuestra querida ciudad. Yo asiento desganada. De pronto, Angélica mirándome fijamente a los ojos me pregunta: Sigues pensando en ella, ¿verdad?

-Sí, pero he decidido no buscarla más. Si bien su ausencia me duele, su rechazo aún más. Pensé que nuestra amistad era como una eterna primavera -le digo con la voz entrecortada. No quiero llorar mientras manejo.

Mi querida amiga Angélica mientras me envuelve con su mirada protectora me ayuda a tomar conciencia de lo sucedido diciéndome:
-¡Déjala! En el fondo, no la habías llegado a conocer del todo. Más bien, intenta que esta pena tuya se te desprenda del pecho. Y a ella déjala caer como a una hoja de otoño. No pretendas retenerla más entre tus manos. Sus motivos tendrá para actuar de esta manera.

-Pero es que no entiendo... Si le hubiera hecho daño con mis palabras o nos hubiéramos peleado, pero, es que me duele que ella no quiera más de mí como si yo no le sirviera más- y mientras pronuncio estas palabras, prendo el parabrisas (ha empezado a llover un poco) y luego agrego- ¿será posible que ella en la búsqueda de su propia realización personal, ha pensado que es mejor usar a las personas de las cuales puede sacar provecho y por este motivo como ya no le sirvo, me ha dejado de lado sin darme mayores explicaciones porque no lo cree necesario?
 
Angélica dándose cuenta de como me siento, con voz bien firme me dice lo siguiente: 
-Entiendo que te duela que ella se desprenda de tí como una hoja de otoño, y sin previo aviso te sorprenda de esta manera. Pero pienso que ella se ha encerrado tanto en sí misma que sólo se ve a sí misma. Y ni tú ni nadie que no le sirva como medio para su autorealización tiene cabida en su mundo actual. Es más, estoy segura que, en este momento, para ella es imposible recibir instrucciones, ideales o valores que no sean los suyos propios. Sólo podrá aceptarlos cuando haya hecho su propia experiencia personal, cuando haya alcanzado sus metas. Por este motivo, no la busques más aunque la extrañes. Sólo deséale desde lo más profundo de tu alma todo lo mejor y que consiga ser realmente feliz, y sobre todo, que alcance sus metas.

Al escuchar estas palabras tan claras y transparentes como el agua del lago -que tendremos en pocos minutos a nuestros pies -tomo no sólo conciencia que Angélica tiene razón, sino que me propongo que nuestro paseo sea un momento mágico porque esta buena amiga  no sólo me está haciendo ver que la amistad debe ser un comercio desinteresado, sino porque me está ayudando a duplicar mis alegrías y a dividir mis penas por la mitad.

Al aparcar el auto me doy cuenta que ha dejado de llover. Angélica se alegra como yo que huela a otoño. Nos calzamos las botas de goma, sacamos los paraguas -por si acaso vuelva a llover- y ella me pide que deje saltar a mi espíritu travieso que habita en mí... que lo deje ir a buscar hojas de otoño. Decido hacerle caso y me saca una amplia sonrisa.

Sí, esta hermosa tarde otoñal ha llegado vestida de sus mejores colores... de esos colores que tanto necesita mi espíritu para poder ser feliz ahora, mañana y siempre.

Marisol