domingo, 15 de diciembre de 2019

Hora y Minutero


¡Auxilio! Hora y Minutero se han escapado de mi reloj  analógico. Ambos rompieron el vidrio de éste mientras yo dormía profundamente. Fue durante la noche que se escaparon sin que yo me diera cuenta. He quedado desvastada. Conozco el motivo que los impulsó a dar este paso. ¡Qué mala fuí de haber ignorado su pedido! Y es que desde hace tiempo ellos dos me venían pidiendo que querían tener un nuevo amigo llamado Segundero (esa tercera aguja de mayor longitud y más delgada que ellos dos, y que completa una vuelta en un minuto).

- ¡Me han abandonado por tu culpa! - me gritó muy disgustado mi reloj analógico (no es ni eléctrico ni electrónico, sino, más bien, mecánico).
Razón tenía. Yo me había opuesto a hacerle colocar un segundero. Mis motivos tenía.
Como no sabía yo qué decir, mi reloj me preguntó que qué pasaría con él ahora que había quedado sin sus amigos. ¿Lo botaría yo a la basura por inservible o me animaría a llevarlo a un relojero para que le colocaran nuevas agujas? 
- Me costará cara esta gracia - le respondí entre enojada y triste.
- Lo sé - respondió mi reloj analógico y continuó hablando - pero lo que más deseo es volver a funcionar como antes  porque para mí es una alegría saber que puedo marcar tu tiempo. Así que llévame al relojero al que está a dos cuadras de aquí.  ¡Quiero volver a sentirme útil!
Esta última frase de mi reloj analógico me hizo entender que útil es todo lo que nos da felicidad. Pues bien, sin perder tiempo lo metí en una caja y me puse en camino. No quería defraudar a mi querido reloj analógico. Eran tantos años que él marcaba mi tiempo. Él fue un regalo de mi abuelo cuando cumplí diez años. ¡Era increíble que mi reloj, después de más de cincuenta años, siguiera aún funcionando!
Cuál sería nuestra sorpresa que cuando llegamos al relojero, encontramos a Hora y a Minutero  charlando animadamente con él. Cuando escuché junto con mi reloj análogico que el relojero los usaría junto con una tercera aguja en un reloj que había dejado a reparar un cliente suyo, mi reloj análogico exclamó entre sollozos:
- ¡No, por favor! ¡No me hagan esto!
Al escucharlo gritar, Hora y Minutero se voltearon a mirarlo sorprendidos, pero en cuanto me vieron pusieron cara de disgusto. ¿Qué hacer? 
Antes que tanto Hora como Minutero dijeran algo, yo  les prometí que estarían acompañados de Segundero. Y para que me creyeran le pedí al relojero que intercediera. Me comprometía a pagar hasta por adelantado para que mi reloj análogico contara no con dos agujas, sino con tres. Es así que al ver Hora y Minutero que yo hablaba en serio, se acercaron a mi querido reloj, lo abrazaron, y le dijeron que volverían a ser un equipo, el mejor de todos.
Sonreí agradecida porque  tuve que reconocer para mí misma que una vida usada cometiendo errores no solo es más honorable, sino que es más útil que una vida usada no haciendo nada. Así que esta oportunidad de oro no debía perderla por nada del mundo y no tanto porque el tiempo valga oro (en realidad éste no vale nada), sino porque el tiempo es vida. Mi reloj volvería a funcionar y para mí esto sería una gran alegría y alivio porque yo no sólo deseo sentirme como un reloj sin agujas, sino porque yo, además, quiero sentirme útil al igual que mi reloj analógico y no sólo para satisfacer mi ego, sino mi alma porque no hay obra humana más bella que la de ser útil, sobre todo, al prójimo.


MARiSOL