miércoles, 27 de noviembre de 2019

Don Simulacro y yo




- ¡Qué tarea más ilusa es cuando todo queda al descubierto y los poderosos quedan impunes mientras millones de vasallos desheredados viven clamando justicia! ¿No te parece? - le dije disgustada a Don Simulacro.
Él mirándome fijamente a los ojos me preguntó si yo me refería a esa justicia que dice ser para todos pero donde muchísimos seres humanos quedan excluidos, seguramente hasta yo misma también.
Después de asentir con la cabeza le hice saber inquieta que cuando la impotencia de unos y la tiranía de otros se dan la mano,  por fuerza mayor, entonces no hay solemnidad alguna que pueda vestir tu voz o la mía, querido lector, porque sólo quedan acusasiones y sentencias, aclaraciones y excusas mientras la supuesta justicia es, sólo al final, un silencio mortífero que barre con todo.
- Dirás con todos. Con "s" de serpiente, querida - exclamó Don Simulacro. 
- O con "s" de sacrificio - le dije un tanto molesta por su  arrogancia. O así me lo parecía.
Don Simulacro, nuevamente clavándome su mirada, me increpó seriamente diciéndome:
- ¡Tú como muchos otros son unos necios! Es una estupidez pasarse toda una vida buscando fórmulas inimaginables para reducir los efectos colaterales cuando no hay un diálogo sincero entre unos y otros! No me critiques tanto y mira dentro de ti y pregúntate qué de bueno le puedes ofrecer al mundo porque por si no lo sabes el mundo no es un espectáculo, es para tu información: ¡un campo de batalla!
Lo miré asombrada. Razón tenía y mucha.
Don Simulacro suavizando un poco su voz me dijo que todas las batallas sirven para enseñarnos algo, incluyendo también a aquéllas donde se pierde.
- ¡Donde se pierde nuestra dignidad! Mi voz estaba cargada de dolor. ¿Por qué estamos en un permanente estado de emergencia permitiendo que  nuestra dignidad quede inmovilizada?
Don Simulacro no dijo nada. Estaba pensativo.
Yo aprovechando de su silencio, exclamé:
- ¡Ay, el mundo está revuelto mientras un cruel verdugo blande su espada doloramente y sin ningún rubor! ¡Dios mío! ¡Qué asco! No tengo tentación alguna ni de besarlo o acostarme con él.
- Tampoco te lo pido - dijo secamente Don Simulacro. Lo único que te pido es que te calmes, por favor.
Pero tranquila yo no podía estar...  y es que no hay suficientes ojos para mirar tanta desgracia en derredor. ¡Cuánto infortunio, aislamiento, abandono, crueldad y pobreza existe en nuestro mundo!
Don Simulacro mientras me clavaba nuevamente su mirada penetrante me hizo saber que no sólo sus ojos también están cansados tan igual o más que los míos, sino que todo parece indicar que ideas inoculadas con muchísimo veneno mantienen atados de pies y manos a nuestros corazones, querido lector. Unas veces duran poco otras largo tiempo.
Yo me pregunto qué mecanismos, estrategias y tácticas debemos usar en nuestro entorno descontrolado vestido de baratas imitaciones de grandeza y vulgares falsificanciones de compasión.
Don Simulacro me respondió tranquilo pero seriamente:
- Quizá no debas tú ser tan injusta con los demás y sentarte, más bien,  en el banquillo de los acusados.
- ¡¿Qué?! ¡Pero si yo no le hago daño a nadie! - exclamé indignada.
La voz de Don Simulacro se hizo escuchar no sólo para que mis oídos lo entendieran, sino los tuyos también, pues, para que, allí donde tú te encuentras (lejos o cerca mío), tengamos en cuenta sus palabras:
- Lo que te voy a decir no es una crítica, es más bien, una reflexión. Me explico: Si bien yo soy esa imagen hecha a semejanza de algo o de alguien que pretende obrar el bien mas sólo finjo representando algo que no soy, yo te pregunto si tú eres sólo una imitación, falsificación o ficción de ti mismo, querido lector, como para ayudar a cambiar en algo el mundo, porque no puedes construir un mundo mejor sin mejorar no sólo a  las demás personas, sino a ti mismo también. ¿No crees?

MARiSOL