jueves, 16 de mayo de 2013

Jugando a las escondidas


- ¡Juguemos ahora a las escondidas, Lorena! 
- ¡Bien, pero no hagas trampas! Tú sabes, Eduardo, que no me gusta que mires dónde yo me escondo.
- ¡Es que tengo miedo de perderte de vista, Lorena!
- No seas tonto, Eduardo. Mientras le decía estas palabras Lorena reía alegremente. Era feliz. Eduardo también. Disfrutaban de tenerse el uno al otro. Eran inseparables. Eduardo le había dicho que cuando fueran grandes se casarían, tendrían dos hijos y vivirían en el extranjero. 

Esta conversación como tantas otras más se habían dado hacía cuarenta y cinco años entre Eduardo y LorenaCuando Eduardo llegó desde el extranjero al barrio donde solía jugar con su primer gran amor, Lorena, recordó palabra por palabra todo lo conversado con ella. Eduardo bajó la cabeza; le había fallado porque no había cumplido con su palabra. Sacudió la cabeza para no pensar....pero, ¡si habían sido solamente niños con sueños estrafalarios!  


El barrio había cambiado bastante. Habían otras casas; se veía diferente. La casa donde sus padres habían vivido cinco años ya no existía; se había construído un edificio en su lugar.  ¿Y la casa de los padres de Lorena? Caminó tres cuadras y la reconoció. Allí seguía en pie. Una  casona antigua, pero bien cuidada. Se acercó y tocó el timbre.

Le abrió la puerta una mujer de unos setenta años. Era la hermana mayor de Lorena, Gladys.  
- ¿Qué desea? - le preguntó Gladys
- Buenas tardes. Soy Eduardo Villalta, amigo de barrio y de su hermana Lorena.
Gladys después de mirarlo fijamente a los ojos le dijo sorprendida:
- ¡Ah! el amiguito español de mi hermana. Tengo algo para Usted. Espere un momento, por favor. Y luego ella cerró la puerta.
Afuera quedó Eduardo, desconcertado. ¡De qué le servían sus millones amasados -a través de la venta de petróleo crudo- cuando en este momento se le trataba como a un extraño y lo dejaban esperando en la calle como a un mendigo!    ¡Vaya, vaya!
Después de unos diez minutos llegó Gladys con una carta y se la entregó. Eduardo miró a Gladys desconcertado. Ella, después de haberle entregado la carta, cerró la puerta. 
¡Bastante huraña esta mujer! pensó Eduardo mientras abría el sobre. Era una carta corta de Lorena.

"Recordado Eduardo:
Espero que algún día tus pies te traigan hasta la casa de mis padres. Ellos ya no viven más (y yo tampoco estaré entre lo vivos cuando leas estas líneas), pero mi hermana Gladys con su hija, yerno y dos nietas habitan esta hermosa casa. Bueno, como Gladys es la persona en la que más confío, le he entregado esta carta para que te la dé. Ella sabe todo de mí... ¡de cuánto te quise!  ¿Te acuerdas cuándo jugábamos a las escondidas de pequeños? Teníamos cinco años cuando empezamos y diez años cuando dejamos de jugar... cuando te fuiste con tus padres a otro país porque tu padre trabajaba como embajador. Me prometiste de regresar. Y como yo me cansé de esperarte, me casé con veinte años con un buen hombre, Carlos, y tuvimos tres hijas: Elisa, Marcela y Susana. Nunca trabajé; me dediqué por completo a mi familia. Fuí feliz, o por lo menos, pienso que lo fuí. ¿Qué es la felicidad? Espero que tú hayas entendido el significado de esta palabra.
Te dejo un fuerte abrazo,
Lorena

PD: Quién sabe si en el momento en que tú estés leyendo mi carta, yo te observe desde mi escondite. ¡Cómo me gustaba jugar a las escondidas contigo!   Tal parece que la vida se encargó de que yo nunca te pudiera encontrar. Te busqué por el internet, pero nunca dí contigo.

Eduardo, después de leer la carta, tocó el timbre de la casa de Gladys.
- ¡Ah! Usted nuevamente - le dijo Gladys secamente.
- ¿Cuándo y de qué murió Lorena? - preguntó Eduardo. Temblaba.
- Murió de cáncer al pulmón hace tres años atrás - respondió Gladys y luego agregó- Perdone, pero tengo que hacer. Estoy cuidando a mis nietas. Buenas tardes.
  
Eduardo como un autómata regresó al auto alquilado. Allí lo esperaban su chófer y secretario. No tenía ganas de reunión alguna. La canceló. Quería estar solo. La carta de Lorena lo había estremecido. ¿De qué le servían sus millones si sus dos matrimonios no habían funcionado, si sus hijos lo buscaban solamente para pedirle dinero y la gente que lo rodeaba lo quería por interés? Hubiera querido dar todo su dinero en este preciso momento y dejar de ser el hombre sesentón desconfiado, irascible y duro que era, para volver a ser el chiquitín inocente de antes que jugaba con Lorena a las escondidas.
 
Marisol