miércoles, 18 de diciembre de 2019

Let's groove, baby!



Ana sabía que a pesar de tener sesenta años ella no iba a dejar de tener un corazón alegre y rebelde. Si bien su juventud se había despedido de ella hace mucho tiempo atrás, cada vez que ella escuchaba canciones de los 70', se emocionaba mucho al recordar esa época ida, esa época que se nutrió de ilusiones y que hasta el día de hoy se sigue nutriendo de ilusiones, aunque éstas sean ya otras, porque sin ellas Ana estaría renunciando a la vida misma aunque la vida, por momentos, la golpee duro y vaya ella de k.o. en  k.o. por fuerza mayor desde hace ya tiempo.

Mientras Ana se encuentra escuchando por la radio "Let's groove" de "Earth, Wind & Fire", sabe que una de las mejores medicinas para no dejarse envolver siempre por las preocupaciones, penas o disgustos es bailar pero no para mover solamente su cuerpo, brazos y piernas siguiendo el compás de una pieza musical, sino, más bien, moverse con ganas al compás que le dicta la vida misma. Esa vida que la obliga a bailar con sus dudas y presentimientos mientras su cuerpo toma de la cintura a su alma ... esa alma que aunque sea desordenada y lleve en su pena algo de culpa, es inmortal porque se llena de eternidad, esa eternidad que se encuentra también en movimiento.

Pero, ¿por qué será que, por momentos, Ana se siente desbordada, cansada y sin ganas de nada? En esos instantes de desolación sus pies como que no sólo pierden su compás, sino que su cuerpo no encuentra el ritmo apropiado que la invite a vivir más liviana, sin tanta carga sobre su espalda. En el fondo, Ana sabe la respuesta ... Aún así ella debe aprender a escuchar no solamente el ritmo y melodía que la vida le marca cada día, porque un día siempre es diferente al otro, sino también ella debe aprender a escuchar y a aceptar su propio baile para que su vida no sólo sea más coherente, sino para que ésta fluya de manera más auténtica.

Por ningún motivo, Ana desea que su alma se vuelva rígida. Más bien, ella desea ir más alla de valores, principios y creencias mientras baila con la vida aunque ésta no sea perfecta. Y es que, la verdad, la perfección, es, al fin y al cabo, una colección pulcra de innumerables errores. ¿O me equivoco? 

Pues bien, Ana (mi "alter ego") me mira de reojo mientras me hace ver que hay que seguir bailando con la vida sin compararse con nadie y sin vivir bailando los bailes de otros. Bailar con los otros es saludable, pero más saludable  es cuando uno está en capacidad de mirarse hacia dentro mientras uno acepta el hecho que cada momento de la vida tiene un baile distinto al baile que a mí más me gusta. Lo importante es tener la ganas de aprender nuevos bailes porque allí radica el reto de la vida.


MARiSOL