sábado, 17 de junio de 2023

Unión verdadera

(Cuento de la vida real)

La vida me ha traído, hace ya mucho tiempo atrás, hasta acá, al otro lado del mundo, entre buenos augurios y malos presagios. Y aunque sienta que mi vida siempre estará envuelta en tristeza, trato de guardar la luna romántica en mi alma porque ésta me  ha enseñado que lo que mantiene la vida romántica y llena de ardientes posibilidades es la existencia de esas vulgares limitaciones que nos obligan a enfrentarnos a las cosas que no nos gustan o que no esperamos. Trato igualmente de desmontar cuidadosamente el sol radiante para llevarlo prendido en mi mirada aunque tenga que vaciar primero un océano de lágrimas de dolor mas no de despecho y tenga que barrer a ciegas las hojas de mi calendario de vida dentro de un bosque vestido de oscuridad, sobre todo, en mis noches de insomnio. Quizá porque ya nada puede servir para nada... esa nada curiosa y preguntona que me insiste que para que nada nos separe que nada nos una. Sin embargo, yo la contradigo porque sólo los buenos sentimientos pueden unirnos ya que el interés jamás ha forjado uniones verdaderas. Sinceramente aunque me queden vestigios de obstinación, procuro doblegarla para que mi matrimonio funcione bien. Y aunque todavía no se ha descubierto la brújula para navegar en el alta mar del matrimonio,  no es cierto que el matrimonio sea indisoluble. Pues, mientras unos lo ven como una jaula donde hay pájaros desesperados por entrar y otros igualmente desesperados por salir de ésta, para mí el matrimonio es como la vida real; es, por momentos, un campo de batalla y no siempre un lecho de rosas. Quizá porque la vida es mucho más pequeña que los sueños ... esos sueños que descifran el lenguaje de las estrellas fugaces porque mientras éstas cruzan el firmamento de nuestras vidas nos recuerdan que un sueño que sueñas es solo un sueño, pero si lo sueñas con alguien, es una realidad aunque ésta no sea lo mismo que la verdad porque la realidad son sólo detalles así sean éstos, algunas veces, un montón de goteras.

Si bien mi matrimonio no es para nada perfecto, trato, a través de nuestra unión, de afrontar los cambios de manera óptima, sin poner demasiada resistencia porque no hay mejor cosa que saberse respaldado y soportado (por ambas partes, claro está). Nuestra unión no está ni soldada ni pegada ni remachada ni atornillada. Es más que eso, es no rendirse nunca lo cual ya es un victoria a la que se le puede llamar fidelidad de amor conyugal. Sobre todo, cuando esta unión conyugal está vestida de respeto, generosidad, empatía, independencia, tolerancia, compromiso, pedir y conceder perdón, equilibrio entre individuo y pareja, fidelidad, comunicacion, confianza, apoyo incondicional, sinceridad, etc. Y así la rutina y la costumbre sean enemigos silenciosos del matrimonio (del tuyo o del mío), hay que evitar no sólo de dejar de ser lo más importante el uno para el otro, sino evitar también el distanciamiento y la desconexión porque no hay peor cosa que cuando llega el tiempo en que se podría, ha pasado el tiempo en que se pudo.

Antes de terminar, pienso que para que toda relación resulte exitosa no hay que pensar que el amor no es cosa del destino, sino que es una decisión y para que una pareja siga junta hay que saber dar y recibir,   ser nuestro propio lugar feliz, mantenerse como buenos amigos, adaptarse a los cambios, no permitir que el enojo y rencor echen a perder la cordura y prudencia, tener la capacidad de honrarse el uno al otro,  abrazar la instropección con las ideas claras para evitar así las peleas llenas de dolor, miedo e inseguridad, saber lo que queremos el uno del otro para evitar las decepciones y algo que nunca debe faltar: la comunicación permanente no sólo con la cabeza, sino también con el corazón.  O sea alinear la cabeza y el corazón es la clave para una unión verdadera.

MARiSOL