viernes, 5 de marzo de 2010

La piedra de Sofía


Después de mucho tiempo Sofía llegó sola a la playa de sus recuerdos... a esos recuerdos que sabían a él.... Salió temprano de casa. En su auto llevaba una silla plegable, una sombrilla, sus pinceles, papel para pintar en acuarela, una botella grande de agua y varios bocadillos. Después de viajar dos horas desde su ciudad, estacionó el auto cerca de la playa. Al bajar del auto sacó todo lo que traía, luego se quitó los zapatos  para sentir la arena bajo sus pies y caminó en dirección de la orilla. Ya cerca de ésta instaló la sombrilla, desplegó su silla cerca de una piedra grande y sobre ésta puso su canasta. Cuán grande sería su sorpresa al encontrar cerca  de esa piedra otra más pequeña con forma de corazón.  Luego de guardarla en la canasta, se puso a pintar.

Y mientras las horas pasaban, las olas le hicieron recordar tiempos idos... No lloró porque el mar le pidió que no lo hiciera. Quería verla sonreir. Motivos tenía ella para ser feliz. Pero,  ¿por qué Sofía sentía el corazón por momentos muy triste? Si bien contaba con un buen esposo, cuatro hijos, cinco nietos, buenas amistades, dinero y salud, sentía que le faltaba algo... 

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A sus 70 años Sofía pensó que ya era hora de encontrar paz en su alma... Y sintiéndose en deuda con la vida Sofía sacó la piedra-corazón de su canasta y, después de darle un beso, la lanzó al mar... Luego después cuando terminó de pintar su cuadro, caminó un rato por la playa de sus recuerdos. Antes de regresar a casa, llamó a su esposo. Él la esperaría para cenar juntos.  

Hace pocos días cuando me encontraba en mi bote pescando, el mar me contó  que un día después que Sofía estuviera en la playa un hombre ya anciano  llegó allí. Y  él, el mar, al reconocer a ese hombre - después de tantos  años sin verlo- hizo rodar la piedra-corazón hasta  la orilla.

Yo curioso le pregunté al mar:
-Quién era ese hombre?
-Un antiguo amor de Sofía. Se quisieron mucho, pero por diversos motivos la relación se acabó. Que yo sepa él vive en el extranjero.
El mar sabía más, pero no quería dar más información. Lo entendí, sin embargo, le pregunté:
-¿Y qué hizo ese hombre con la piedra?
El mar muy serio me contestó:
-Se la metió al bolsillo. Luego cerró los ojos un momento.
-Y, ¿por qué? Mi curiosidad iba en aumento. 
-Seguramente estaba pensando en Sofía. Dijo el mar en un suspiro. Y calló.

Después de pescar, regresé a casa. Y mientras abrazaba a mi esposa embarazada de ocho meses le dije que si teníamos una niña que se llamara Sofía. Curiosamente mi esposa aceptó después que le conté esta historia.  


Marisol