jueves, 12 de enero de 2017

El capitán Suárez




Sandro Morales (nombre ficticio para no dar  a conocer su verdadera identidad) había alcanzado la cima de su propia montaña personal. Lo tenía todo: trajes caros, autos, caballos y muchas otras cosas más. Él, a sus sesenta años, tenía también una empresa de exportación e importación de diversos productos y una cadena de restaurantes repartida en distintos países. Y, sin embargo, en este momento, él se preguntaba ¿todo para qué? Detrás suyo tenía un divorcio a sus espaldas, un hijo, que poco veía porque vivía en otro país, y lo que más le apenaba es que no tenía una novia estable, sólo amantes que conocía en sus innumerables viajes. Y mientras Sandro estaba hundido en estos pensamientos, él sobrevolaba el Océano Atlántico en un jet que había alquilado; había salido de Madrid rumbo a Río de Janeiro. En esta ciudad él tenía que hablar con la empresa constructora que había contratado para levantar un hotel de lujo; luego de tres días regresaría a Madrid. Le consolaba el hecho que él, en esta ciudad, contaba con un par de amigos que lo habían invitado a una fiesta en un club de moda. Aunque, en el fondo, siempre era lo mismo ... quedarse vacío por dentro ante tanta superficialidad y doble moral mientras la cocaína y el sexo descontrolado rodaban de mano en mano.

Pues bien, este jet Sandro lo había alquilado porque se lo podía permitir. Las únicas personas que volaban junto con él eran el piloto, copiloto y una aeromoza. Quizás en un par de años podía no sólo contar con jet propio, sino con esta misma tripulación. Lo pensaría. La idea le gustaba. Con dinero, todo se podía comprar.

Bien, Sandro, luego después, se levantó de su asiento y se dirigió a la cabina del piloto. El copiloto, le cedió su asiento porque quería hacer una pausa y descansar un rato. Es así como Sandro tomó asiento al lado del piloto, el capitán Suárez. Él, quien estaba acostumbrado a llevar por el mundo a sus clientes, vió  que el señor Morales estaba triste.
Al tomar asiento Sandro en el asiento del copiloto, el capitán le dijo:
- Señor Morales, dígame qué es lo que ve.  
- Veo un cielo despejado - contestó él.
- Este cielo - le dijo el capitán Suárez - es su mente. Sin su inteligencia cognitiva no hubiera podido llegar hasta donde ha llegado y Usted ha llegado muy lejos, pero, ¿qué hay de su inteligencia emocional?
- Me cuesta amar. Por este motivo trabajo mucho para no pensar en ello - respondió Sandro tímidamente.
- Bien - dijo el piloto - Dejemos este punto para el final de nuestra conversacion. Sigamos,  ¿qué más ve?
- El sol - dijo Sandro mientras miraba al capitán un tanto sorprendido por la conversación que se estaba dando.
- Ese sol, al cual no vemos constantemente las veinticuatro horas del día es su sol interno, es el que alumbra su camino aun en épocas oscuras. Y recuerde que tiene por aliada a la luna para ayudarle a ver, ¿no cree Usted?
- Pues, creo que sí - dijo Sandro.
- ¿Qué más ve? - volvió a preguntar el piloto.
- El mar - respondió Sandro.
- Este mar no sólo es un mar, es el mar de la vida - le dijo el capitán Suárez - Recuerde que el mar es igualmente de profundo en la calma como cuando está bravo. Además, ¿no le parece fascinante que nuestras lágrimas sepan a mar?
- Sí, es verdad - dijo Sandro sorprendido de pensar cuándo había sido la última vez que había llorado. Había sido tiempo ya ... y por una mujer. Esa mujer inalcanzable que se encontraba a miles de kilómteros de distancia que lo quería pero que sabía que, por diversos motivos, no podían unir sus vidas.
- Bien, ¿qué más ve? - le volvió a preguntar el piloto.
- Afuera no veo nada más - contestó Sandro.
- No es cierto - dijo el piloto - Nos falta tocar el punto más delicado de todos, el cielo de los sentimientos. ¿Qué es lo que ve?
- Nada - contestó Sandro inquieto. ¿Por qué le hacía el capitán Suárez esta pregunta?
- Esto no es cierto - le respondió el capitán- Piense. Su mente es aguda. No hay prisa. Reflexione.
Sandro, después de un par de minutos de estar en silencio, le dijo que sentía dolor y soledad, y para no sentirlos trabajaba mucho. Y mientras Sandro hablaba, el piloto le puso una mano sobre un hombro y le dijo que él conocía el dolor, no sólo físico, sino del alma, y la soledad, también la conocía, pero ya no la temía más. Él no dándole tiempo a que Sandro abriera su boca para decir algo, le hizo saber que él había quedado viudo hacía un año y no pudiendo cambiar el rumbo de su historia personal, seguía vivo, no sólo por sus dos hijos en edad escolar, quienes vivían con su madre (la abuela de sus hijos), sino por él mismo porque había aprendido a nadar en el mar de la vida. 
- Entonces, señor Suárez, usted es un náufrago - le dijo Sandro sorprendido de sus propias palabras.
- Es verdad - él le contestó sonriendo - pero la esperanza ha hecho que yo agitara mis brazos en medio de las aguas, aún cuando no podía ver tierra por ningún lado. Y ¿qué más ve, señor Morales?
Luego de un par de minutos Sasndro le respondió:
- No veo tierra a la vista, por el momento.
- Pero, la veremos - le aseguró el capitán sonriendo - porque la esperanza es lo último que se pierde. No trabaje solamente, señor Morales, abra su corazón a la vida, a la que tiene delante de Usted.  Y no siga llorando más por esa mujer aunque ella lo merezca y lo respete, pero que la vida los ha colocado por distintos caminos. Sandro quedó sin habla. Este capitán veía más allá de cualquier cielo despejado o con nubes...

Luego de decir estas palabras, entró el copiloto y Sandro salió de la cabina. La corta pero intensa conversación que había tenido con el capitán Suárez lo había dejado pensativo. Sonrió agradecido. Sabía que se volverían a encontrar para poder seguir conversando con el capitán Suárez porque él le había enseñado que es mejor viajar por la vida lleno de esperanza que sólo llegar a la meta propuesta, porque en el fondo, no hay ninguna meta, sino que, al final nos encontramos sólo de viaje. Había llegado el momento de aligerar su equipaje de tanta pena. Y en este viaje lo había conseguido gracias al capitán de vuelo.
MARiSOL