viernes, 17 de enero de 2020

El canto de Inés


No hay más argumentos convincentes en la vida de Inés para rearmar como antes su estampa familiar. La verdad que escasamente prometedor es el desenlace que se viene venir en la trama de parte de su historia de vida. Y mientras yo mantengo la calma, ella busca sosiego en  mi silencio para soportar la idea de lo que se evaporó, de lo que ya no es ... 
Pues bien, una entereza admirable late en el pecho de Inés. Ella ha aprendido a parar de pensar por gusto porque no hay peor cosa que siempre estar pensando en la desproporción que existe entre los problemas y la solución que uno les aporta. Cuando los problemas no pueden ser resueltos cómo uno desea, entonces se hace lo que se puede.

Inés ha aprendido no solamente que los problemas dejan de serlo si no tienen solución, sino también ha aprendido que todos los problemas tienen la misma raíz: el miedo. Y éste sólo desaparece cuando hay amor. Lamentablemente no todos saben reconocer al amor porque le tienen miedo. ¡Ay! Así como el amor ahuyenta el miedo, el miedo ahuyenta también al amor. Lo expulsa y no sólo a éste, sino que también expulsa a la inteligencia, a la bondad y a todo pensamiento bueno vestido de belleza y verdad. Al final, cuando queda sólo una desesperación muda, el miedo sepulta la propia humanidad de uno. Y como Inés no desea esto para ella, ella se resiste a ahogarse sólo en problemas.

Inés se niega a ser una persona pesimista que sólo ve problemas en cada respuesta. Ella prefiere ser optimista: encontrar una respuesta para cada problema. Inés se siente, por momentos, como un pájaro porque trata no sólo de volar alto para poder observar bien el horizonte de su vida, sino porque ella ha aprendido que todo pájaro no canta porque tenga una respuesta, sino que canta porque tiene una canción, así esta canción no te guste a ti, querido lector. Y la canción que yo le canto a Inés al oído, sí que le gusta. ¿Y sabes por qué? Pues porque yo soy su conciencia. Soy su mejor libro moral, soy la voz de su alma, soy su mejor juez. Yo soy aquella que vale por mil testigos. Soy esa pequeña chispa de fuego que ella mantiene viva dentro de su pecho. Soy la facultad humana que la ayuda no sólo a ella, sino a ti también, para decidir acciones y para hacerla responsable de las consecuencias de acuerdo a la concepción del bien y del mal. Y es que en esta vida no hay premios ni castigos, sino consecuencias.  ¿Y sabes por qué? porque la consecuencia es aquello que supone el resultado o el efecto de algo previo. Inés sabe muy bien como yo que existe una correspondencia entre la consecuencia y el hecho que la genera. Yo sé que todas las acciones que realice Inés tendrán algún tipo de consecuencias tarde o temprano. 

Y, sin embargo, aunque Inés ni yo queramos, existen tres tipos de consecuencias imprevistas, aquellas la de resultados no esperados. En caso no sepas, te las menciono: Las imprevistas y negativas, las imprevistas y positivas conocidas como serendipia o chiripa (hallazgo afortunado, valioso e inesperado que se produce de manera accidental o casual) y las perversas que son aquellas contrarias al resultado esperado. 

Como Inés ya no está por la labor de verse luchando entre el negativismo y la perversidad, yo la apoyo a que se mantenga tranquila ya que como su conciencia la estoy ayudando a que enfrente la realidad que le toca vivir de modo claro mientras ella va tomando las decisiones adecuadas llegado su momento. La verdad que en cualquier momento de tomar una decisión lo mejor o ideal es hacer lo correcto, luego si no hay de otra, lo incorrecto porque nadie es perfecto. Inés sabe muy bien que lo peor es no hacer nada ya que de ser así yo me quedaría sin argumento alguno ante ti, querido lector, e Inés se quedaría sin poderle seguir cantando a la vida. 

MARiSOL