viernes, 5 de febrero de 2016

Mis guantes rojos

 

Mis guantes rojos se ponen en estado de alerta cuando la vida no se me presenta nada fácil. Sin embargo, yo no quiero ni golpear a nadie, ni tampoco es mi intención herir a nadie. Pues bien, mis guantes rojos se ponen a mis órdenes para ayudarme a boxear a la peligrosa impertenencia, pero sin rencores ni odios de por medio, más bien hablando claro y directo, sobre todo, cuando esta nimia susceptibilidad nacida de un humor desazonado y displicente pretende enfadarme no tanto por lo que me pide, sino sobre lo que me niega. 

Mis guantes rojos están cansados de boxear durante años porque ya no desean golpear sólo con los puños a su adversario dentro del cuadrilátero de la vida. Más bien quieren derrotarlo con palabras certeras aún con riesgo que se las lleve el viento ... ese viento que no quiere escuchar a la configuración acústica de mis ideas. Por suerte,  mis guantes rojos sí que me escuchan porque saben que yo no pretendo usar mis palabras para herir a mi adversario porque yo no tengo ningún derecho a decir o hacer nada que lo disminuya ante sí mismo.

Mis guantes rojos me han enseñado a boxear con lo mejor que tengo: mis palabras, sobre todo, cuando éstas van seguidas de hechos mientras negocio con la peligrosa impertenencia, sobre todo, cuando ella trata de golpearme.  Mientras esquivo sus golpes para evitar que el pájaro de la tristeza haga su nido sobre la cabeza de mi corazón,  la peligrosa impertinencia me observa un tanto confundida mientras yo sonrío y, por supuesto, también mis guantes rojos.


MARiSOL








Imagen sacada de Bing