martes, 14 de enero de 2020

Alma de niña



Alma sabía que en la trastienda de sus pensamientos podía hablar con los brazos alzados al cielo, ese cielo con cara de alma caritativa que, desde que nació, la observaba con cariño pero silenciosamente. Alma no sólo se preguntaba si la caridad como única virtud precisa de la injusticia porque es bastante difícil no ser injusto con lo que uno ama. 

¡Ay! Alma se sentía harta de andar por caminos vestidos de iniquidad o de gran injusticia mientras sentía que atravesaba un gran desierto intransitable. Y para no derrumbar su equilibrio emocional mientras percibía con el rabillo del ojo de su vida las responsabilidades y obligaciones adquiridas, ella trataba de hacer digerible lo complejo, lo difícil de entender. Será porque el entendimiento es fuente de vida y la fuente de vida es, al fin y al cabo, nuestro querido corazón.  Y es que los que de corazón se quieren sólo con él se pueden hablar.

Pues bien, Alma, en un arranque raudo y eufórico, solamente podía afirmar sin desear a equivocarse que mientras el corazón del loco se encuentra viviendo en su boca, la boca del sabio puede hacer su nido en el corazón, ese corazón que tiene alma de niño, mejor dicho de la niña que la habita porque espera lo que desea  y es que no desear nada es no vivir. ¿Y sabes por qué, querido lector? Porque Alma intuye que es extemporáneo comenzar a vivir cuando se ha de dejar de vivir. 

Yo, sin embargo, voy aún más lejos.... vivir no consiste sólo en respirar sino en obrar porque los que obran bien son aquellos que pueden aspirar en la vida a la felicidad, esa felicidad que no debe ser ininterrumpida porque, al final, ésta nos aburriría. Los desafíos y retos son los que nos llevan a esforzarnos a ser felices a pesar de todo... 

Te preguntarás quién soy yo... Pues bien, soy el alma de Alma. Soy aquella por la que ella vive, siente y piensa. Es más, soy su incesante esfuerzo, su sello imperial por lo que ella vive y no para ganarse el cielo, aquél que se gana no sólo por favores ni por méritos, sino aprendiendo a mantener siempre, contra viento y marea, un trozo de cielo azul encima de la cabeza. Y no sólo deseo que sobre la cabeza de Alma sino sobre la tuya también, querido lector, exista ese deseado trozo de cielo azul porque éste representa la paz del espíritu, sobre todo cuando lo alimentas de buenos pensamientos ya que palabras sin buenos pensamientos nunca llegarán al cielo: tu propio cielo. 

MARiSOL