miércoles, 15 de julio de 2015

Contando la felicidad



Érase una vez un hombre que tenía muchísimo dinero pero no era feliz del todo. Me imagino que era porque él no sabía (y hasta el día de hoy, no sabe) cómo cambiar casi toda su fortuna por una felicidad absoluta. Yo creo, más bien, que él  se ha vuelto tan esclavo (¿o será que es, más bien, avaro?) de amasar más y más dinero como Scrooge McDuck (el tío del Pato Donald, conocido como Tío Rico en español) porque es lo único que lo calma ya que la compañía de gente lo enerva. Pero, ¿por qué?  Este hombre (quien no quiere ser nombrado) desconfía hasta de su sombra. Amigos tiene, pero muy pocos,  ya que es bastante receloso con su vida privada. Sus dos mejores amigos están prohibidos de contar a otros amigos sobre él. Y es porque este señor ha tenido malas experiencias con personas que lo han buscado sólo por su dinero, sea para pedirle prestado o para disfrutar de todas las comodidades exquisitas que él les brindó en su momento sin darle a él nada a cambio; sólo compañía, pero de tipo superficial donde el "small talk" y las sonrisas vacías se broncean sobre un yate de lujo en alta mar.

Yo creo que este hombre tiene un gran problema y es que él está esperando una felicidad demasiado grande... ¿No será un obstáculo su propia felicidad para la felicidad? Yo creo que sí. Digo creo porque ya no sé qué pensar sobre él. Si bien es una sensación agradable tener mucho dinero para comprar cosas que uno desea tener, también es una sensación agradable la de tener cosas que el dinero no puede comprar como la paz interior, ese estado de felicidad, que no todos alcanzamos a poseer por perdernos quién sabe por qué camino o porque no terminamos de salir de nuestros laberintos que nosotros mismos creamos sin querer.

Sin embargo, no entiendo por qué la persona que se cree afortunada o dichosa busca mayor felicidad. Acaso, ¿es necia? Sí, porque nunca nos conformamos con poco; siempre deseamos tener más, pienso yo y luego le pregunto a este señor: 
- ¿No será mejor imaginar la felicidad a tenerla?, ¿y qué hay del dinero? no creo que Usted se conforme sólo con imaginarlo, ¿verdad? Luego le pregunto si acaso, ¿con dinero se puede comprar la felicidad?
- No - me responde este señor. Su mirada me paraliza. Y luego me dice - Pero si descubres que el dinero no te da felicidad, aun así no lo regalarías, ¿verdad? Al menos que quieras, después de haberlo contado bien, donar una parte de tu fortuna para financiar proyectos humanitarios, p.e., y así sentirte feliz. Pero yo no lo pienso hacer porque desconfío en qué manos caería mi dinero. Seguro que mucho de éste no llegaría a las manos realmente necesitadas. Como verás la felicidad no va del dinero de la mano, precisamente.
- ¡Ay! el dinero, al fin de cuentas, si bien es la la llave que nos abre todas las puertas también le hago saber que al dinero lo estimamos más de lo que realmente vale, mucho más que a la felicidad.
Este señor, después de mirarme receloso, se aleja de mí.  Pero ¿Y qué pasa con su felicidad? Acaso, ¿no le resulta importante? Creo que este señor debe aprender a saber vivir sin tanta desconfianza (y a tener mejores modales), porque la desconfianza es mucho más solitaria que la propia soledad.

Por más dinero que tenga este señor, prefiero mantenerme de lejos de él porque encuentro vergonzoso desconfiar hasta de los amigos. Y mientras él cuenta su dinero, yo cuento con buenos amigos, mi mayor fortuna, porque pienso que en la felicidad de los demás yo busco la mía propia. Y creo ya haberla encontrado.


MARiSOL







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