viernes, 18 de mayo de 2018

Degustando las palabras




Mis palabras se fueron colocando, una a una, en fila delante mío. Unas me miraban por primera vez de manera tímida u osada, otras abrían la boca para repetirse tercamente y retumbar alegremente o tristemente en los oídos de otros y también en los míos. Y "last but not least" habían esas otras palabras mías que sólo querían aparecer por última vez entre las líneas de mis cuadernos porque deseaban solamente cerrar capítulos en mi vida, esa vida, que por momentos, me parece una mala película como esa película que ves y olvidas rápidamente porque no te gustó o porque simplemente no la entendiste del todo porque te quedaste dormido (a).

¡Ay, Dios! La verdad que mis palabras no sólo me recordaron de seguirle sonriendo a la vida a pesar de todo, ese todo que por quererlo todo, todo lo ha perdido aunque yo diga lo contrario. Pero, ¿qué he perdido yo en el camino de mi vida?  le pregunté a mis queridas palabras aunque yo no tuviera el deseo de hurgar más entre mis tres tiempos para definir la persona que ahora soy porque hablar de la persona que fuí o seré es sólo perder el tiempo, ese tiempo que me recuerda que no hubo tiempo alguno en que no hubiese tiempo para hacer lo que quería o debía hacer.

- Todos cambiamos para bien o para mal - me dijeron a coro mis palabras con tono autoritario camuflado en una sonrisa que hizo temblar a mi alma, ese alma que deja ver mi realidad aunque yo pretenda, por momentos, querer romper con las reglas del juego en que me encuentro jugando casi de manera impuesta desde hace dos años. O, acaso ¿es más tiempo? Y ¡qué importa! porque aunque el tiempo físico nos sea extraño por uno u otro motivo, el tiempo interior radica, más que todo, en nosotros mismos aunque tú no me creas ni mis queridas palabras tampoco.

- ¡Nooooo! ¡Te entendemos, mejor de lo que te imaginas! - gritaron febrilmente mis queridas palabras.
- ¿De veras? - les pregunté de manera dubitativa.

Probablemente ya no hay nada más que me perturbe porque mis palabras saben interpretar de buena manera el valor que yo a éstas les doy. Pues bien, cuando yo terminaba de decir esta frase mis palabras se me quedaron mirando con la boca abierta. ¿No será que yo guardo secretos que mis palabras no deben pronunciar para no dañar mi vida? Tal vez... sin embargo, mis palabras son conscientes que ellas no me dejarán nunca de lado ni tampoco se olvidarán de mí, de ningún modo. Todo lo contrario. Ellas se encuentran a mi lado para lanzarse junto conmigo al vacío para solamente llenarlo de amor, ese amor que ha aprendido a dar sin esperar nada a cambio porque, sin temor a equivocarme puedo decir que a mis palabras y a mí nos da bastante satisfacción saber que al amor le basta sólo con el amor porque éste es la única fuerza y la única verdad que motiva a que mis palabras sigan existiendo dentro de mí aunque tú creas que mis palabras se las lleva el viento porque no muestran sabiduría alguna. 

Pues ¿sabes, querido lector? Lo único que yo pretendo de manera sincera y desinteresada es poderte acariciar con mis palabras. Nada más. Es así como al decir esta última frase, mis palabras sonrieron agradecidas de saber que ellas y yo formamos, finalmente, una sola unidad  porque en la unidad radica la variedad, esa variedad que se convierte en la ley suprema del universo, ese universo donde yo existo junto a mis queridas palabras mientras las degusto, las paladeo y me deleito en ellas porque me muestran los diferentes sabores como dulce y amargo que nos ofrece la vida.


MARiSOL