viernes, 1 de mayo de 2015

Los golpes del cincel

 

Este cuento trata de un escultor que se negaba a creer en Dios. Él siempre se jactó de ser "ateo"; desafiaba a sus amigos y a todo aquel que le hablara de religión. Se empeñaba siempre en sonar creíble al negar la existencia de Dios.

Un día en que el escultor iba a ponerse a trabajar, su cincel le habló:
- Tú no sólo trabajas para vender tus esculturas, por cierto, maravillosas, sino que vas a la búsqueda de Dios aunque no quieras en cada una de éstas.
El escultor se quedó atónito al ver que su cincel le hablaba desde el fondo de su corazón. 
El cincel siguió hablando:
- ¿No te has puesto  a pensar que negar a Dios es negarse a sí mismo?
- No lo creo - contestó el escultor. Su voz vibraba no sólo de enojo, sino de estupor. ¡Cómo era posible que su pincel le hablara de esta manera!
- Te mientes a ti mismo - le dijo el cincel muy tranquilo y luego continuó hablando - A Dios no puedes ni cosificarlo ni materializarlo; Dios vive en ti. No puedes ni fabricarlo ni sustituirlo tampoco. Dios no es ni una referencia moral ni un compromiso social; Dios es espíritu; ése que tapa tus carencias, tus huecos, tus vacíos. Ése que está allí en silencio dentro de ti con el espejo en mano para que tú te veas en él para que tú te preguntes: ¿Quién soy? mientras esculpes tus obras.
El escultor tenía la boca seca y los oídos atentos.
El cincel siguió esculpiendo las palabras que el escultor necesitaba escuchar. Y yo también.
- Dios no es una escultura; es el espíritu que te habita el que te ayuda a crearla. ¿Entiendes?  
El escultor saliendo de su mutismo le preguntó:
- ¿Crees que Dios es una realidad necesaria?
Esta vez el cincel calló. Dejó de hablar. El escultor pensando que no le había entendido volvió a hacerle la misma pregunta. Luego, el escultor alzó su voz. Pero el cincel seguía mudo a propósito.
El escultor al no obtener respuesta alguna, agarró el cincel y lo arrojó al piso mientras se decía así mismo: "¡Dios no existe ya que no lo puedo ver ni tocar! Él es un invento de la humanidad para justificar nuestros miedos y para entender la creación del Universo y de nuestro sistema solar. Si Dios realmente existiera no nos haría sufrir, no permitiría que el mundo esté como esté. ¡Aj!" Y después de decir estas palabras, salió dando un portazo de su atelier. Todo el día se la pasó él farfullando, maldiciendo sin saber por qué mientras sentía como un vacío profundo se le abría ante sus pies. Como no podía esculpir, salió a caminar a un bosque cercano con su perro pastor alemán "Mustafá". Al regresar, encontró en su contestador automático una voz que decía:
- Aquí habla la señora García viuda de Dickinson. Necesito que usted me esculpa una estatua grande para colocarla en mi jardín. Me gustaría que la estatua me una no sólo espiritualmente a mi difunto esposo, sino también a mi hijo, fallecido hace pocas semanas. Bueno, llámeme para explicarle qué es lo que yo realmente deseo. Espero su pronta respuesta. ¡Adiós!
El escultor se quedó estremecido. Y es que la voz de esta señora sonaba igual que a la de su difunta esposa, fallecida, hacía más de dos años. Después de recuperarse de esta impresión, llamó por teléfono a esta señora y luego se puso manos a la obra. La estatua sería una mano en dirección al cielo. Esa mano, de manera indirecta, no sólo le mostraría a él el camino a seguir, sino que en la felicidad y paz de esta señora, él empezaría a buscar la suya propia. No sólo le haría un bien a ella, sino a él también. Esa mano no sólo representaba el querer tocar el cielo, sino que esta nueva escultura sería la que acercaría al escultor a ese lugar donde se le atribuye la existencia de Dios. 

Y cuando el escultor agarró su cincel para empezar con su nueva obra, la pregunta que le había hecho él (el escultor) a su cincel, antes de arrojarlo al suelo, fué contestada. La respuesta se dejó escuchar de manera afirmativa dentro de él. 

MARiSOL


Fernando Botero (1932) no sólo es un famoso escultor  
colombiano, sino también es pintor y dibujante





Escultura de Fernando Botero