viernes, 19 de octubre de 2018

La enfermedad de un sueño mío

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Tengo un sueño que ha enfermedado de pura pena. La verdad que la fuerza de mis palabras ya no lo reaniman para nada. Es como si mi sueño se encontrara prisionero entre muros de piedra húmedos que no pueden dejar de llorar. Y yo, por más que quiero derribarlos, no puedo. No me interesa lo que la opinión pública diga de mí o de mi sueño ... de ése que no puedo cumplir por más que así lo desee. La verdad que hay sueños que son más grandes que la propia vida que por este motivo no se pueden cumplir. Y no por ser negativa.

- ¡Ayúdame! - gritó desesperado mi sueño. ¡Sácame de acá!
Mi sueño está cabalmente consciente que a la intemperie de mi propia realidad, él tiene un precio alto por pagar. Por este motivo él desea que lo saque de este horroroso lugar parecido a una mazmorra. Esta situación se ha convertido en una verdadera pesadilla. Me pregunto si para el resto de mis días lo dejaré allí. Mi sueño me mira resignado a su suerte. Yo no puedo hacer nada por él. Lo lamento.

- ¡Siento una impotencia gigante! - le hice saber a mi querido sueño en voz alta. La verdad que soy una persona decente pero toda esta situación me ha tomado por sorpresa, de manera desprevenida y no sé a ciencia cierta como resolverla. 

- ¡No! yo creo que no hiciste nada por impedir que esta situación sucediera - me dijo mi sueño con voz temblorosa y vestida de una gran desesperación. Acaso, ¿no se apodera de ti un sentimiento de culpa porque tú ves como me voy apagando de a pocos? Me voy quedando sin luz; estoy sumido en una gran oscuridad. ¡Auxilio!

¡Dios! este agudo poder de observación no me ayuda en nada. Mi fuente de inspiración más grande: mi imaginación se ha quedado sin alas. Es como si un viento huracanado me la hubiera arrancado de mis manos y hubiera, de paso, arrojado a mi querido sueño lejos de mí. 

Y mientras escucho como mi querido sueño llora desconsoladamente, le pido encarecidamente que duerma. Sí, le pido que no despierte hasta que yo venga a sacarlo de este lugar donde él se encuentra. Sólo me queda prometerle que vendré a sacarlo, algún día, de su forzado encierro.  Espero poder cumplir mi promesa porque, muchas veces, pasa que cuando prometemos según nuestras esperanzas y cumplimos según nuestros temores, esto sí que es una gran decepción. Y es que, querido lector, aunque las decepciones nos maten, las esperanzas nos hacen vivir. Tercamente me aferro a este pensamiento para darle alas de positivismo a mi querido sueño para que confíe en mí aunque yo no sepa si yo  puedo confiar en mi promesa dada.


MARiSOL







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