lunes, 13 de abril de 2015

El ignorante y el sabio


Érase una vez un ignorante que retó a un sabio.
- ¿Qué gano si yo sé más? - le preguntó el ignorante al sabio.
- Pues, que entenderías menos la vida - le contestó el sabio.
Como el ignorante se quedó boquiabierto, el sabio le dijo:
- No se trata de cuánto sepas, sino de lo que tú haces para vivir mejor con todos tus conocimientos.
El ignorante se quedó callado. No sabía qué decir.
El sabio le hizo hincapié que no era preciso que supiera mucho, sino, más bien, que supiera qué era lo que quería de la vida, porque no hay que confundir conocimiento con sabiduría. Es más, le recalcó que la verdadera sabiduría reconoce su propia ignorancia.
- O sea que yo me puedo quedar ignorante - dijo el ignorante.
- No presumas de tu propia ignorancia - le contestó el sabio. Y luego le dijo que lo peor que le podía pasar al ignorante era ignorar su propia ignorancia.
- ¿Y qué sucede si yo quiero esconder mi ignorancia? - le preguntó el ignorante al sabio.
El sabio se quedó pensativo y  luego le dijo:
- Seguramente que nadie te podrá herir, pero así no podrás aprender. Es más, si tu ignorancia se prolonga demasiado, al final, se convertirá en la noche oscura de tu mente. Pero si eres consciente de tu propia ignorancia, entonces, estarás dando grandes pasos hacia el saber ... de la vida. Al menos que tú no quieras saber lo que debieras saber y te conformes con saber mal lo que se sabe y te encapriches con saber lo que no debieras saber.
- Pero, díme, ¿qué debo yo realmente saber? - le preguntó el ignorante.
- Para finalizar esta conversación te diré que si bien nuestro conocimiento es limitado mientras que nuestra ignorancia es ilimitada igual que la sabiduría, trata de entender, ante todo, el significado de la vida.

MARiSOL


Imagen sacada de Bing

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