sábado, 6 de junio de 2015

Aroma de rosas

 

Después que Elsa recogiera todas las rosas de su jardín se propuso en no llorar más el pasado (ese pasado que le tenía clavada una sola espina en el corazón ... esa espina que olía a egoísmo masculino). Si bien su matrimonio con Antonio no había sido un campo de batalla tampoco había sido un lecho de rosas.

Mientras, en este momento, Elsa trata de recordar el amor de Antonio hacia ella (no desde sus inicios, sino desde hace casi dos años atrás), le da escalofríos. No fue la infidelidad de él lo que le dolió, sino su deslealtad y su engaño. Sabía que con el tiempo podría perdonarlo, pero nunca olvidar lo sucedido. Y para no dejarse llevar nuevamente por la pena cortó todas las rosas de su jardín para impregnar por dentro su casa con su perfume. Quería limpiarla de malos recuerdos porque ésta se había enfermado de la pena (igual que ella) al ver a Elsa tan acongojada y adolorida. Pues bien, había llegado la hora de devolverle alegría a su querida casa, de adornarla no sólo con flores, sino de vestirla con mucho amor propio para así sacarle las malas vibraciones, de Antonio, que pululaban en el aire. En fin, Elsa no sólo quería hermosear el alma de su casa, sino también el suyo propio. Ambas necesitaban liberarse de penas ... restarles importancia. Si bien Antonio le había sido infiel con diversas mujeres en sus diversos viajes de trabajo como banquero tanto dentro del país como en el extranjero, ella ya no estaba más dispuesta a tolerarle sus escapadas amorosas. Ni su casa tampoco. 

Su único hijo, Ernesto, respetó la decisión de Elsa, su madre. Sabía que su padrastro no sólo miraba lujuriosamente a mujeres más jóvenes que su madre. Lo sabía porque él trabajaba en el mismo banco. Fue él quien puso en actas a su madre de las andadas de Antonio. Se preguntaba si su padre (fallecido cuando él tenía dos años de edad) le habría sido infiel como lo era su padrasto. Algo, en el fondo de su corazón, le decía que no, que su padre habría tenido sólo ojos  para su madre. 

Hace pocos días que Elsa decidió hacer pintar su casa, comprar un par de muebles nuevos, arreglar el dormitorio conyugal de manera distinta convirtiéndolo en una biblioteca y mudarse ella a otra habitación un poco más pequeña (la de su hijo) para hacer de ésta su dormitorio de mujer separada. Una nueva etapa de vida se abría ante ella; era la oportunidad para hacer cambios y refacciones. Aferrarse a sus treinta y cinco años de matrimonio no tenía sentido. Era como aferrarse a una tubería de gas averiada. El gas podía hacer volar su casa con sólo encender un fósforo. Y Elsa sabía que ni quería que su casa explotara en mil pedazos ni tampoco su corazón de la pena, tristeza, nostalgia y dependencia emocional. 

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Desde que Elsa luce más hermosa, puesto que ella misma ha renovado su ropero, ha adelgazado unos diez kilos y ha dejado de fumar para alegría mía, desde hace un par de semanas ya no huelo yo más a tabaco. Este nuevo aroma a rosas no sólo me hace sentir contenta y tranquila, sino también a mi querida dueña de casa.

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¡Ay! Elsa, espero que ya no llores más el pasado y vivas tus horas (tanto fuera como dentro de tu casa) para que tus alegrías sean como tus rosas (las que siguen creciendo en tu jardín) que la lluvia besa tiernamente para ofrecerles su amor mientras tú aprendes, poco a poco, pero a paso seguro, a aspirar solamente el dulce perfume de la vida.


MARiSOL


Dejo esta canción "a propo" rosas....





Imagen sacada de Google+


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