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lunes, 1 de agosto de 2016

Diferencias

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Cuando las diferencias se hacen presentes entre Luisa y Ernesto, ella no puede pronunciar palabras parecidas a las de Ernesto ni viceversa, quizá porque un abismo insalvable los separa ... ese abismo que mira dentro de ti, dentro de mí y, sobre todo, de ellos dos y que con su sarcasmo pretende que todo les resbale para que se deslicen rápidamente por él. Luisa me clava la mirada. Ernesto también. Me invitan a que los siga. Dudo. Algo no cuadra.

Y mientras veo como ellos dos caen, sus labios quedan mudos ... ¿y sus diferencias también? Si fuera así, sus diferencias deberían dejar de herirlos profundamente. Quiero pensar que éstas terminarán derribando las barreras que a ambos los separan en esta caída mientras el orgullo les ha cedido el paso ... ese orgullo que los ha ayudado a precipitarlos en ese abismo vestido de grandes y pequeños males: su peor castigo. ¡Uf! Para mí también.

Pues bien, mientras afilo mi lápiz para seguir escribiendo sobre sus diferencias y las mías, aunque no las mencione del todo en este pequeño cuento, confieso que las diferencias (de toda índole) se acaban del todo donde termina el orgullo ... ese exceso de estimación propia, que cual tirano o monstruo, espera a Luisa y a Ernesto con los brazos abiertos en el fondo del abismo para amortiguar su caída y de paso, sus diferencias también para así seguir ostentando de sus mezquindades.

Por este motivo, retrocedo para no caer yo en la trampa que me han puesto Luisa y Ernesto. Prefiero dejar a ellos dos de lado y, más bien, aceptar las diferencias entre tú, querido lector, y yo sin orgullo de por medio porque éste viene adornado de un malsano egoísmo. Prefiero evitar que éste nos divida aún más porque las diferencias, al fin y al cabo, son más fáciles de vencer si así lo deseamos aunque en la diversidad de opiniones es donde radica la vida. Pero ¡ojo! sin orgullo, mas con respeto porque éste tiene más valor que la admiración.

MARiSOL






Imagen sacada de Bing

viernes, 14 de noviembre de 2014

Pérdidas

 
Mientras Rocío se da cuenta que ha perdido su celular por segunda vez en el lapso de medio año, su vecino José se pregunta dónde ha dejado sus llaves del auto, pues, no las encuentra por ninguna parte. ¿Las habrá perdido? No. Yo veo que a él se les ha caído detrás de un baúl colocado cerca de la puerta de entrada de su casa. 

Sigo observando... ¿Y qué pasa con Miguel, vecino también de Rocío y José? ¡Ah! Sé que él ha perdido la cabeza por Elena, una guapa amiga de su mujer Carlota, con la quien está casado desde hace más de quince años. Y Carlota, que no está ciega a lo que siente su esposo por su mejor amiga, está por perder la paciencia, pero lo disimula a regañadientes porque ella no quiere perder su "status - quo". Y es que Carlota no está dispuesta a perder ni sus comodidades ni sus lujos a los cuales ella está acostumbrada. Y, sin embargo, yo veo que ella está perdiendo su dignidad aunque no lo quiera reconocer. En fin, yo no me meto. ¿Y qué pasa con la mejor amiga de Carlota?  Pues, Elena está feliz de ser la amante de José. Y es que desde que Elena perdió veinte kilos de peso, los hombres la miran más. Y como a José se le fueron los ojos por ella y a ella él le gusta, ambos no pierden el tiempo en darle alegría a sus cuerpos. 

Sigo observando en silencio... Veo que sobre la misma cuadra donde viven Rocío, José y Carlota (Elena vive en otro distrito),  hay una vecina ya anciana, llamada Nancy que ha perdido el brillo de su mirada. Como la veo tan abatida, me acerco a su casa. Después de tocar el timbre, Nancy me abrió la puerta con los ojos llorosos. Nos abrazamos.
- ¡Ayúdame a encontrar mi fe! Se me ha perdido y no la encuentro - me dijo Nancy muy inquieta.
- Bien sabes tú que la fe es la fuerza de la vida - le hice recordar a ella el sentido de esta frase.
- Lo sé. Pero se me ha perdido, querido amigo - me dijo ella y siguió hablando - Mi fe salió de esta puerta hace unos días atrás. Y desde que la he perdido, me siento fatal. Por este motivo te pido que me ayudes a traerla de regreso a mi casa. 
La escuché en silencio. Después de abrazarla, le prometí que  cumpliría con su deseo. Nos despedimos. Al rato le volví a tocar el timbre. Nancy me abrió la puerta desconcertada preguntándome si yo había olvidado algo o perdido algo en su casa. Le contesté que no y luego de batir mis grandes alas le dije:
- El problema tuyo es que tu fe la has perdido porque la racionalizas demasiado. Tu fe ni te ha abandonado ni se ha perdido por ahí. Lo que pasa contigo es que tú tienes la falsa idea que tu fe ya no tiene nada que decirte.
Nancy me mira en silencio mientras yo sigo hablando:
- Tu fe se encuentra viviendo en tus dudas. No la reprimas, déjala estar dentro de ti. Tu fe vive dormida en ti. Es hora que la despiertes.
-  ¿Cómo? - me preguntó Nancy.
-  Dejando tu orgullo de lado - le contesté - Vuelve a alimentar tu espíritu con grandes pensamientos, mejor dicho, con buenos sentimientos, porque la fe no es ninguna ciencia. La fe es amor. Tienes que volver a reconquistarla.

Al salir de casa de Nancy, me acerqué a la casa de una vecina suya llamada Olga. Ella ha quedado viuda desde hace unos pocos días; necesita también de mí. Tendré que hacerle entender que la vida en sí es pérdida porque ésta es inevitable aunque nos resistamos a aceptarla. Sé que ella saldrá adelante. Aprenderá a vivir sin su esposo ya que cada pérdida que sufrimos nos aporta una experiencia para salir adelante con más fuerza y sabiduría ante la vida. Y es que parte de la vida es experimentar distintos tipos de pérdidas, no me refiero sólo al de tipo material como quedarse en la bancarrota, sino también a ese otro tipo de pérdida sea vinculado con la salud (pérdida de la visión, de la audición, de sangre, de la memoria, etc, etc) o al relacionado con la muerte de un ser querido, de un gran amor, de una amistad ... 

En nosotros radica sanar este último tipo de pérdidas porque enfrentar una pérdida para siempre no es nada sencillo. Por este motivo debemos seguir adelante con todas nuestras energías mientras guardamos en la memoria de nuestros corazones los buenos recuerdos, porque recordar no es ninguna pérdida de tiempo, sino es vivir dos veces.

Bien, ya no pierdo más tiempo en hablarte sobre las distintas pérdidas que existen, porque iré, en este momento, a visitar a otro ser humano que se sienta perdido. Toc- toc.... ¿me necesitas, tú, querido lector?


MARISOL 

 



Imagen sacada de Bing